miércoles, 10 de febrero de 2016

El arbol siempre hace ruido cuando cae. Aunque no lo escuches.

  
Anduvo Eladio Nicasio Corral Cantard miles de kilómetros, por mar, sabanas y montañas, junto a su joven hijo, empujado por la necesidad de encontrarlo a Él, el depositario de todo el saber. Por fin, en el vértice del mundo halló su morada. Los sirvientes lo acogieron con gentileza, lo alimentaron y lo invitaron a descansar. Aseguraron que, sea lo que sea lo que pregunte, lo esperaba una jornada larga y agotadora.



Todavía la noche no cedía paso a las primeras luces del alba, cuando fue despertado y llevado a la sala, advertido de que escoja bien, pues sólo una respuesta sería brindada por el venerable santón que ya lo esperaba. 

- ¿Qué soy? – fue la pregunta lanzada al imperturbable maestro.

Él se puso de pie, con un ademán lo invitó a seguirlo, y comenzaron la caminata hacia el naciente. Justo cuando el sol tocaba el zenit, se detuvieron frente a un bosque frondoso de límites perfectamente delineados. Por sobre las copas emergía un gigantesco árbol seco, mucho, muchísimo más alto que el resto.

- Este es el Bosque del Uróboro, donde las cosas suceden una y otra vez, por siempre, de manera idéntica. Sólo pon en alerta tus sentidos y relátame lo que percibirás.

El maestro chasqueó los dedos y de la nada aparecieron dos de sus sirvientes transportando un dorado palanquín carrozado. Lo depositaron en el suelo, y de él extrajeron un poderoso Sony Genezi SH2000, con una potencia de 2000W RMS – 22000W PMPO. Distribuyeron los parlantes equitativamente alrededor de Eladio, y desataron a los vientos la furia de todas las pistas de “March or Die” de Motorhead. Simultáneamente a que los tambores infernales callaran, pudo ver como el árbol seco comenzaba lentamente a perder la vertical y escuchar el estrépito de ramas quebradas, de raíces que se desprendían del suelo, de hojas que se agitaban, de troncos cediendo, del aleteo de pájaros que huían graznando de miedo y, por fin, el golpe seco contra el suelo que epilogó el espectáculo.

- Vi el árbol caer, y escuché el ruido que produjo mientras sucedía.

- Sin embargo, el ruido comenzó mucho antes de que se iniciara la caída – respondió el Maestro – Sólo que tú no lo escuchaste porque tus oídos estaban inundados con sonidos de mayor decibelaje.

- No puedo dar fe de lo que dices…

- Pues aprécialo nuevamente. 

Allí estaba el gigante leñoso otra ver erguido ante sus ojos, rechinares y crujidos provenían desde su base, cada vez más fuertes y constantes, se prolongaron por varios minutos hasta que se repitieron con exactitud las imágenes y sonidos de la caída.

- Aparentemente, tenías razón, pero aun cuando vi y escuché lo mismo a partir de que empieza a caer ¿cómo estar seguro de que en los momentos previos también se produjeron los mismos sonidos?

Sin dar respuesta, el maestro comenzó a alejarse del lugar, y le indicó que lo siguiera.  Se detuvo a prudente distancia, señaló a Eladio el bosque y le dijo:
Sólo pon en alerta tus sentidos y relátame lo que percibirás.

La escena de la caída del árbol se repitió hasta en el más mínimo detalle, y así lo relató Eladio, solo agregando que los ruidos habían sido un poco más tenues.
El maestro otra vez se alejó al lugar, reiteró la escena. Nuevamente Eladio hizo hincapié en que el sonido era esta vez menor. Y así se sucedió la escena hasta la decimocuarta oportunidad, porque catorce es el arcano que corresponde a la temperancia y al no cambio, y siempre Eladio aludía a como se apagaban los sonidos.

En esta estación apenas se lograba divisar el bosque y al gigantesco árbol. Y allí esperaba el hijo de Eladio. El Maestro les pidió, a ambos esta vez,  que aprecien y describan lo que sucedería. 

Ambos coincidieron en que la escena fue visualmente la tantas veces repetida, pero esta vez no había producido ningún ruido, por lo que Eladio dudaba que haya sido idéntica a las restantes oportunidades en tal sentido y su hijo afirmaba a pies juntillas que tales ruidos no se habían producido.

El Maestro chasqueó los dedos y en breves segundos aparecieron los sirvientes y el palanquín. Esta vez extrajeron de él un decibelímetro y se lo dieron a su Amo.

- Sin embargo – dijo observando los registros del artefacto – aquí ha quedado constancia que, en contra de tu percepción, en cada oportunidad los ruidos producidos han sido exactamente iguales, como siempre sucede en el Bosque del Uróboro. 

Dicho esto, guardó el artilugio en el palanquín y, seguido por los portadores, encaró rumbo a su morada. 

Desesperados, Eladio y su hijo corrieron tras Él, rogándole que les respondiera la pregunta inicial.

- Ah, sí – respondió sin mirarlos ni dejar de andar – sois argentinos, sólo los argentinos vienen a un extranjero a preguntar, de entre todos los misterios del universo, cosas sobre sí que debieran descubrir por sí mismos.  Pero, claro, no pueden hacerlo porque no creen ni siquiera en su propia experiencia. Se dejan llevar por las sensaciones impuestas, aún cuando esas sensaciones desvíen su percepción y les oculten los hechos, como en 2001, nunca escucharon los ruidos que anunciaban la hecatombe, porque supieron atragantarles los oídos con otra música. Y terminan dudando de que las cosas pasan y pasarán como observaron que pasaron una y otra vez, simplemente porque están más lejos y se sientes más a salvo. En fin… con tales cualidades, de yapa les puedo asegurar que votaron a Macri.

- Todo eso es cierto… pero en esencia, Maestro… que somos?

- Unos pelotudos. Redondamente.



                   

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