jueves, 19 de junio de 2014

¿Cómo sería la selección nacional de un país trotskista?


Antes que nada, resulta conveniente advertir que preferirían, antes que ser considerados un seleccionado, autodenominarse un “frente”, o mejor un frente de frentes: el Frente Único de Ataque Ideológico (encargado de agudizar las contradicciones), el Frente de los Defensores y de los Trabajadores (destinado a frenar las embestidas autoritarias del Estado Bonapartista) y el Frente de Recuperación del Mediocampo Popular (a su cargo la formación de consciencia de clase), todos ellos fuertemente comprometidos con la unidad pero con la inequívoca vocación de mantener incólumes sus identidades.




Fuera de eso, también preferirían ser considerados una selección con consciencia de clase, o al menos internacionalista.

En lo estrictamente deportivo, intentarían imitar el estilo futbolístico de los norteamericanos, compartiendo sus lineamientos estratégicos, no sin antes repudiarlos para disimular. A pesar de que estaría la escuadra superpoblada de zurdos, cargarían el juego sobre la banda derecha, lo que en los primeros instantes sorprendería, pero después los volvería reiterativos y previsibles, anulando el factor sorpresa en su desempeño. El traslado del balón sería muy lento y complejo, lleno de avances y retrocesos tácticos, lo que sumado a la impericia (o falta de experiencia revolucionaria concreta) de los encargados de armar y de comandar las acciones, no generaría prácticamente ninguna situación de gol en el arco rival por falta de consenso, mas sí abundantes en el propio.

Básicamente, su táctica consistiría en jugar a romper, pero carecerían de propuesta estratégica, y si la tuvieren, sería incomprensible tanto para propios y como para extraños (quienes equivocadamente los tildarían de “no jugar a nada”). De más está decirlo, detestarían el "jogo bonito", al que impugnarían de elitista desviación pequeño burguesa. A su favor, habría que apuntar una inapelable afición por la autocrítica, aunque también es justo reconocer que casi nunca redunda en la modificación del esquema de juego, recayendo sistemáticamente en los mismos vicios y errores. Un ejemplo notable de ello es su tendencia innata a caer en la trampa del orsai, una tendencia que ellos intentan justificar alegando su carácter de vanguardia revolucionaria.  

Su representación ante la FIFA (organismo del que participarían orgánicamente a pesar de considerarlo fascista y retrógrado)  intentaría en innumerables oportunidades introducir cambios revolucionarios a la reglamentación del deporte. Quizás la más resonante sería el intento de abolir la burocracia corporativa, sustituyéndola por un comité de cancheros con mandatos revocables por la asamblea de utileros y aguateros. Tras enconada lucha, la contradicción sería superada con la incorporación de un delegado del equipo en la Comisión Ejecutiva de la FIFA, en el cargo de Gerente de Propaganda y Fotocopiadoras, a la espera de que las condiciones subjetivas y objetivas permitan profundizar las transformaciones.  

Sin perjuicio de ello, su mayor logro efectivo sería encontrar una laguna reglamentaria que les permitiría a sus jugadores disputar los partidos equipados con un morral. Su utilidad práctica residiría en poder transportar en ellos, sin que afecte demasiado su desplazamiento, volúmenes de dialéctica futbolera y fotocopias de las resoluciones de los últimos congresos resolutivos de análisis y proyección teórica del desempeño del rival de ocasión.

Serían comunes las rencillas de vestuario, lo que obligaría a permanentes huelgas activas y purgas. La situación se agravaría teniendo en cuenta de que no tendrían técnico, sino que conformarían el equipo autogestivamente con control de la hinchada.

Ciertos hábitos hacen que el espectador se rehúse a concurrir a los partidos que disputan, lo que conspira contra la popularidad del combinado. En primer lugar, los interminables homenajes a los jugadores lesionados que se realizan de manera previa a la disputa. Segundo, las prolongadas asambleas destinadas a dirimir la cuestión de quien será el encargado de ejecutar el tiro libre o el saque de manos del lateral. Tercero, el hábito de encolumnarse y marchar detrás del réferi cada vez que saca la roja, con cánticos y consignas repetidas desde un megáfono. Suele discutirse en los bares sobre si la recurrente práctica de discutir  airadamente cualquier y todo fallo arbitral (aunque les resulte favorable), no es más que un provocador modo de obligar al Juez a adoptar la drástica medida que habilita la respectiva marcha de repudio a tan fascista actitud represiva.

Como es obvio, todo esto produciría irritantes dilaciones que ocasionan que los partidos sufran adiciones de hasta 35 minutos por tiempo, e incluso que el equipo adversario amenace con retirarse del campo de juego, hecho que sería festejado como un triunfo de clase.


La selección trotskista jamás ganaría un campeonato, ni siquiera un partido amistoso, a pesar de lo cual su parcialidad se ilusionaría con presenciar el momento en que se produzca la crisis terminal del fútbol, y que ellos puedan dejar de sufrir la permanente frustración.