Al final era cierto…

En la Argentina se pone límites a la Libertad de Expresión.

Si no lo creen, pregúntenle al bueno de Duran Barba, que por la nadería de decir que Hittler era un tipo espectacular e importante para el mundo, resulta que lo cita el INADI y mentes maliciosas están pensando en colocarlo con una denuncia penal.

Por suerte, la piadosa lectura del Rabino Bergaman (quien aparenta ser disciípulo de Marshall Meyer pero no lo es) ha puesto las cosas en su lugar, indicando que no hay nada de ideológico en las afirmaciones… solo un error. Es como si nos enojáramos con Capriles que, también seguro que erróneamente, interpretó que Pinochet era un demócrata al servicio del pueblo chileno. 

Sorprendentemente, ninguno de los habituales defensores de la librexpresión, salió a condenar el “bullying” sufrido por el ecuatoriano. Pareciera ser que  tácitamente admiten que algunos límites existen, aunque a ellos no los privó en su momento de compartir las otrora multitudinarias caceroleadas con gente que explícitamente comulgan con este tipo de conceptos, Biondini y la Pando, por dar un par de ejemplos. Y entonces el INADI no citó a nadie.

Pero volviendo a las ¿desafortunadas? expresiones de Duran Barba, quizás lo más preocupante sea considerar la hipótesis de que tengan la potencialidad de ser el contenido real de una expresión política viva, aunque externamente la cobertura mute de ordenados desfiles con antorchas a un jolgorio multicolor de globos y pelucas.

El PRO ha sido caracterizado por la Vice Jefa del Gobierno Porteño como un partido de “ideología difusa”. Es común escuchar a sus militantes diferenciarse de las posturas reaccionarias que adoptan sus representantes legislativos, escudándose en la supuesta democracia interna que les permite disentir y expresar diversidad de opiniones, eludiendo así una realidad patente de que su partido expresa un rígido alineamiento con el neoliberalismo económico y el conservadurismo social. 

En el marco de esa (supuesta) desidiologización de sus contenidos, adquieren entonces relevancia las formas externas, las apariencias, el marketing. En el rígido nazismo, las formas externas se adecuaban al contenido (orden y uniformidad), en el PRO, parece que pudiera colegirse lo inverso, el continente da forma al contenido (definido por ellos mismos como un fluido amorfo). 

No debiera caber duda alguna que el diseñador exclusivo de ese continente es Duran Barba. Un envase en cuyo interior fluyen feliz y anárquicamente las burbujas que se niegan a asumir su funcionalidad a cualquier estereotipo, pero que quedan encorsetadas en el formato externo y ajeno. Si el diseñador del formato considera que Hittler es un tipo espectacular e importante, muy probablemente imprimirá sobre esa base alguna impronta al envase, no importa que dentro del mismo albergue judíos, homosexuales, inmigrantes “de baja calidad”, socialistas o magos sin dientes, todos son bienvenidos mientras su dispar comportamiento no exceda los límites prefijados y su energía se canalice, en el momento justo, en la inocuidad colorinche de los globos y los bailes. 

Hittler era un tipo tan espectacular, que supo permitir el vuelo creativo de genios de la comunicación social como Goebbels. Las industrias del marketing, del packaging y de la comunicación masiva modernas desecharon la ideología de Hittler, pero abrazaron con fervor la experiencia de Goebbels (como si una y otra cosa no fueran una unidad inescindible) para consagrar la uniformidad del consumo en el marco del reconocimiento de la pluralidad. Ya no importa que sean todos iguales, basta que compren lo mismo.

Demasiado acostumbrado a la impunidad de la sustancia que se esconde tras la apariencia, si existió algún “error o exceso” en el predicamento duranbarbesco, es justamente el que el ecuatoriano le endilga a su pupilo: la tendencia al sincericidio.