sábado, 3 de septiembre de 2011

De Ayerza a Candela.

Hay un nombre que no quería mencionar en este post: Candela. Pero es inútil eludir un hecho: la sensación de película ya vista que me dejó la cobertura del caso, las repercusiones en las redes sociales, el comentario en la verdulería, son las circunstancias que me mueven a indagar un poco y tratar de desentrañar algunos cuestiones.

La farandulización de la tragedia.
En un capítulo de “Los Simpson” Bart simula haber caído en un pozo utilizando un walkie talkie. Todo Springfield se moviliza, solidario, al rescate,  la T.V. transmite en vivo, cantantes se reúnen para grabar un disco de apoyo, y hasta se instala al lado de la boca del pozo un parque de diversiones. Como ya todos sabemos, cuando Bart, arrepentido, cae realmente al hueco, todos se retiran indignados por la tramoya y lo abandonan. Sólo Homero y tres o cuatro más se quedan para rescatarlo. Conclusión, la víctima es lo secundario, lo importante realmente es el show.

Pero si paramos ahí, nos quedamos a mitad de camino, sólo vemos la primer faz, el aspecto mercantil. El capítulo de los Simpson es uno de los casos en que la ficción es superada por la realidad, al menos en relación con el alcance de las intenciones del discurso mediático.

La utilización de la tragedia.
Este excelente y muy atinado post del Pibe Peronista, nos recuerda que Raúl Scalabrini Ortiz escribía: “Un crimen, un robo, un asalto, un adulterio con homicidio son sucesos sin repercusión social, despreciables y previstos en el equilibrio colectivo. El delito mayor es darles una divulgación indebida, repartirlos por todos los ámbitos, redactados por plumas expertas en sensacionalismo, bajo títulos pomposos, como si se quisiera que todos los hombres tomaran por modelos las fechorías que relatan. Más delito que el delito es la publicidad morbosa del delito.” (El hombre que está sólo y espera, 1931).

Apenas un año más tarde de escrito, se produce un caso policial que demostró que “la publicidad morbosa del delito” merecía otras lecturas más profundas que considerarlas un execrable hábito del amarillismo periodístico. Me refiero al caso “Abel Ayerza”, joven aristócrata Rosarino que es secuestrado y asesinado, aún después de haberse pagado su rescate. La prensa de la época “sensibilizó” a tal punto a la sociedad frente a los horrores del caso, y logró tal mancomunión agitando el miedo en todas las clases sociales, que posibilitó que la dictadura fascista de Uriburu se afianzara y reinstalara la pena de muerte en la Argentina, la forma más infame de inaugurar la década infame. 


Conclusión: un caso aislado debidamente magnificado reforzó aberrantemente el poder punitivo en manos de un gobierno por naturaleza represor, en medio de una crisis económica, política y social.

Es ineludible vincular este recuerdo con el “caso Blumberg”. El asesinado fue Axel (23/03/04), pero como los muertos nada dicen, el victimizado fue su padre, en quien se encarnaría un sentimiento de inseguridad instalado artificialmente en buena parte de la sociedad por el dueto Grupo Clarín-La Nación.

Artificialmente, sí. Sino veamos estas estadísticas:



Es notable que, si bien en abril/04 decae la cantidad de hechos delictivos en general respecto al mes anterior, obviamente por obra de la intermediación periodística, el “sentimiento de inseguridad” trepa exponencialmente, dejando asentado un claro precedente del divorcio de la realidad y su percepción en la materia.

Notemos algo más en este otro cuadro: Evolución de tasas (X100.000 habitantes) de homicidios dolosos 1991/2004.


La cantidad de homicidios dolosos del año de la muerte de Axel es, objetivamente, la más baja de los 14 años considerados. Sin embargo el falso ingeniero logra reunir 150.000 almas clamando ser rescatados del apocalipsis criminal a apenas una semana del trágico hecho. Dos marchas más lograron, en pos de mayor mano dura, perpetrar uno de los mayores descalabros del sistema del Código Penal Argentino y, simultáneamente, licuar el intento de hacer cirugía mayor en la bonaerense capitaneado por Leon Arslanian, uno de los puntos fijos en la mira de cada declaración pública del canoso predicador de las carpetas bajo el brazo. Sólo el Pacto de San José de Costa Rica desalentó la ínfula restauradora del asesinato legalizado.

Por fin, las velas se apagaron en la frialdad del fracaso de la cuarta marcha, pero nos legaron al Rabino Bergman, el apotegma gimenero de “el que mata tiene que morir”, quizás a Macri y a una caterva de “expertos en seguridad” que sustituyeron en la pantalla a los noventistas hermanos Silvia y Guido Schuller  y a Jacobo Winograd.

Pero fíjense además el pico más alto de la secuencia: 2002 (un 50% más que en 2004). En ese año ocurrieron 2 hechos similares al caso Blumberg, que, casualmente, no merecieron la misma consideración mediática, y, casualmente, tampoco provocaron semejante reacción social: el secuestro y asesinato de Juan Manuel Canillas y el secuestro y asesinato de Diego Peralta. Maliciosamente podríamos pensar que eran otras épocas: recientemente Clarín, y buena parte del stablishmen económico-mediático, habían sido beneficiados escandalosamente por la pesificación asimétrica de Eduardo Duhalde. Fue el mismo año en que la “crisis provocó dos nuevas muertes”.


No quiero sugerir ninguna conexión entre los siguientes hechos: Axel Blumberg es asesinado justo el día antes de que Nestor Kirchner inaugura el Museo de la Memoria en la Escuela de Mecánica de la Armada, un hito referencial en la política de Memoria, Verdad y Justicia. No creo que ambos hechos guarden relación, pero es indudable que el asesinato del joven y el protagonismo posterior del padre fueron perfectamente funcionales a la necesidad de detractar la política de DDHH (más aún visto desde hoy día, cuando empiezan a visibilizarse las vinculaciones civiles con la dictadura). Ampulosamente, más de una vez se criticó el reconocimiento de los derechos humanos del ayer y la desprotección de los ciudadanos de hoy. La inauguración del museo (que contradijo la ambición de enterrar el pasado simbólicamente con la demolición del edificio), y lo que ello preanunciaba, se desdibujó por entonces tras la cortina de miles de velas respetuosas y silentes.

Hoy, debidamente fogoneado con la cobertura durante 24 hs. del delito nuestro de cada día, la sensación de inseguridad (aunque dejó de ser una preocupación primordial en aras de cosas como la conservación de la institucionalidad republicana) sigue transformando a los argentinos en el pueblo más paranoico del mundo. Contando con índices de seguridad idénticos o mejores al de los uruguayos, chilenos o al de varios europeos (ciudad por ciudad, el de CABA sólo es superado por Toronto en todo América), tenemos una sensación de inseguridad (victimización) peor que los colombianos, mexicanos o salvadoreños que sufren hasta 10 veces mayor criminalidad. De nada sirve, aparentemente, que de la tasa de 6.23 x 100.000 homicidios que hacíamos referencia de 2004, hoy bajamos del 5 y en caída constante, ni que además, el 64% de los casos de homicidio no derivan o son consecuencias de otros delitos sino de problemas interpersonales (como se puede ver acá, o acá).

La universalización de la tragedia.
El asqueroso intento de aprovechamiento del caso de la nena de Hurlingam por parte de una miserable piara de politiqueros apaleados en las urnas hace apenas 15 días, dan oportunidad para creer que los carroñeros intentarán reinstalar el tema de la inseguridad para sumar un 1 o 2 % más de votos provenientes de madres y padres, que sienten que sus hijos también pueden ser Candela, aunque la mayor tropelía que hayan cometido en una ruta haya sido orinar en la banquina en camino a uno de sus veraneos en Mar del Plata.

Pero la jugada no se agota ahí. Es indispensable la universalización del peligro, la instalación de un miedo colectivo  que nos haga más proclives a la manipulación, de la misma manera  que en los 70 hicieron creer que la Dictadura era la salvación contra el enemigo subversivo, o cuando en los 90 agitaban el esperpento de la hiper-inflación, o cuando juraban que la ley de medios nos amordazaba a todos, o cuando era imperativo creer que todos eramos "el campo".

La colectivización del miedo es un componente estructural indispensable para la supervivencia de quien detenta el poder real, de quien alega para sí el privilegio de ser garante del orden actual, del orden que le conviene a sus intereses consolidados. El miedo paraliza la natural iniciativa de la transformación, de la evolución personal y social. En un discurso diabólicamente perverso, el miedo (no importa de donde provenga, contra quien se proyecte, o como se instrumente) viene al rescate para que las cosas sigan como están, siempre que quede claro que el resguardo contra el peligro no puede ser un Estado que, en el afán de ser transformador, nos deja a la deriva y es incapaz de protegernos del peligro incierto y fantasmal. Entonces deben ser protagonistas y salvadores las ONG, los íconos de la farándula prosolidaria, y, por supuesto, las cámaras de la TV.

“El sociólogo francés Pierre Bourdieu sostiene en una entrevista que «no debemos menospreciar las cosas fútiles que se presentan en la televisión, pues estas cosas fútiles son, en realidad, muy importantes en la medida que ocultan cosas valiosas». Las representaciones de la violencia cotidiana, ocultan la violencia estructural a que asistimos en los últimos años. Solo a manera de ejemplo, desconocemos la cantidad de víctimas en la guerra de Iraq o la cantidad de personas infectadas con SIDA en el África. Nos sorprendemos ante lo anecdótico y aceptamos lo estructural.
Si no contamos con nadie, todos somos una amenaza para todos, en particular los extraños, los inmigrantes, las minorías (donde también caben los desplazados, los desocupados, los indigentes, las negritudes, los indígenas...). En fin, todo aquel que salga o parezca salir de la norma, de la costumbre, de la rutina, es motivo de sospecha. Se desprende de allí la subcultura de la prevención, de la seguridad democrática, la coactividad y las guerras preventivas.
La amenaza se torna algo permanente. Por eso es importante que de cuando en cuando tienda a ocurrir algo, el rito demanda una victima, el acto del sacrificio. La paz, la calma, la tranquilidad no pueden ser duraderas, es necesario alimentar el imaginario con actos, alimentar el miedo con experiencias que la gente comente y retroalimente. Esta es una de las funciones de la cultura y sus dispositivos -como los medios de comunicación de masas-.
Si no podemos protegernos por nosotros mismos, es necesario que alguien nos salve, volvemos así a las representaciones de la política y del poder más primitivas: el mesianismo y el autoritarismo. Frente al miedo, a las amenazas extrañas, desconocidas, cobran significación los ejércitos con sus tanques, los policías con sus perros, las cárceles y los manicomios.” (de Miedo, ciudadanía y orden social – Viktor Laszlo – Red Voltaire) 

Buena parte de los datos, y los cuadros estadísticos, salen de este trabajo de Mercedes Calzado (Flacso). Sugiero su lectura. 

8 comentarios:

Ricardo dijo...

Buen post.

No podemos olvidar el reciente caso en Ayacucho, que podría haber derivado en tragedia, y todo porque los Medios fueron quienes llevaron adelante el caso y no la Justicia.

Profeblog dijo...

Recomiendo ver El gran carnaval - Ace in the Hole (AKA The Big Carnival) AÑO 1951 - Director Billy Wilder - GUIÓN Billy Wilder, Lesser Samuels, Walter Newman.

SINOPSIS Charles Tatum es un periodista sin escrúpulos que atraviesa una mala racha a causa de su adicción al alcohol, razón por la que se ha visto obligado a trabajar en un pequeño diario de Nuevo México. Cuando un minero indio se queda atrapado en un túnel, Tatum ve la oportunidad de volver a triunfar en el mundo del periodismo. Entonces, en connivencia con el sheriff del pueblo, no sólo convierte el caso en un espectáculo, sino que, además, retrasa cuanto puede el rescate. (FILMAFFINITY).
http://www.filmaffinity.com/es/film856492.html

Cuando la vean se van a dar cuenta por qué no la pasan en los canales de tv.

Daniel dijo...

Gran post y notables los párrafos de cierre, Rucio.

Pibe Peronista dijo...

Bien Rucio, como siempre, un capo!

Pibe Peronista dijo...

Gracias por la cita de la cita!

profquesada dijo...

Excelente post Rucio, el miedo es funcional al control social. Miedo a la hegemonía, miedo a la re reelección, miedo al vecino, miedo al inmigrante. Son también funcionales los miedos a los disvalores morales de la desconfianza hacia el Estado, a la deliberada mezcla de éste y sus instituciones con la delincuencia. El Estado no solo fue degradado y achicado sino también transformado en el paradigma de la inmoralidad. Por eso es que les molesta tanto, los hace sentir tan inseguros a los que no quieren resignar su predominio, su reconstrucción no solo política sino también moral, la idea de solidaridad social, de equidad, llevada a la práctica. Ellos medran con un estado que esté ausente con respecto a las necesidades y que se muestre obsecuente con los poderosos.

Rucio dijo...

Muchas gracias a todos por los elogios. Pero quisiera recomendar también el post del Profe Quesada, que aborda desde distinta óptica, otras cuestiones vinculadas a este tema: http://profquesada-bastadeodio.blogspot.com/2011/09/candela-y-el-fetiche-yanqui.html

Luis Quijote dijo...

¡Me voy a ir de mambo! ¡Lo asumo, pero también asumo la participación en un espacio libre (hasta que Google nos... nos... nos complique (no quise escribir "cague" y tartamudié)!

Ricardo, con todo respeto digo: No mencionemos más a "la justicia" como nos indujeron. Quienes deben IMPARTIRLA son "individuos" muchas veces alejados de la sabiduría (u honestidad) del Rey Salomón.
Muchos jueces son absolutamente incorruptibles; nadie puede inducirles a hacer justicia. ·Bertolt Brecht·
¡¡¡Mandémoslos "al frente" con nombre y apellido!!! ¿Porfi, sí?
----------------------------------
¡Que buen paralelo con Los Simpson!

En este caso suponía que -los multimedios- citarían a Cayetano Santos Godino como antecedente por lo truculento.
Por suerte (?) no.
Desligitimizar la "purga" León Arslanian, lamentable.
En cuanto a que “el que mata tiene que morir” disiento. Los Martínez de Hoz, Macris, Biolcatis -que matan abandonando- tengo que analizarlo. No lo tengo claro.

No se olviden de José Luis Cabezas ni de Jorge Julio López .

¡Cuidémonos del ataque por los flancos que, al frente, tenemos la proa artillada de Cristina; y en la retaguardia nos cubre Néstor desde la nube.

Abrazo.

PD: Reitero disculpas (y aclaré en Prontuarios la demora.