El domingo pasado, el periódico conservador local “El Entre Ríos” nos
regala una simpática crónica pletórica de argumentos fácticos obtusos, infundadas
conclusiones y cierta dosis de cinismo. Bajo el título “¿Un alerta
descabellado?” el alma máter del periódico, quien suscribe las obras que
perpetra con el seudónimo de Rocinante, adoptando el estilo familiero de un
Mauricio Macri cuando se escuda en Antonia, arranca:
“Cuando
todo el mundo era feliz. Recuerdo haber escuchado, en la época en que todavía
calzaba pantalones cortos, a mi bisabuelo (un ejemplo de longevidad) contar
que, cuando era poco más o poco de menos que un niño, todo el mundo era feliz. Refiriéndose
con ello a un tiempo que tuvo su comienzo en las últimas décadas del siglo XIX
para extenderse, en una trágica parábola, hasta el inicio, en 1914, de la
Primera Guerra Mundial. Obviamente no se trataba de una certeza comprobada,
sino de una sensación, presente en importantes grupos sociales en los que, a la
ausencia de guerras, unida a las posibilidades de mejorar la posición de cada
cual a fuerza de trabajo y ahorro (lo que hoy en día con un lenguaje más
rebuscado denominaríamos como movilidad social ascendente) servía para
alimentar una utopía que para el común de la población se expresaba como la
convicción de la posibilidad de progreso indefinido. A la vez que para los
marxistas significaba la inexorabilidad de la instauración de una sociedad sin
clases y sin estado, en la que cada cual iba a dar de sí según sus capacidades
y recibir de acuerdo a sus necesidades”. Una concepción esperanzadora –y por
ello fuente de felicidad- en la medida en que las penurias del presente, sino
desaparecerían, al menos se volverían soportables en función de la creencia de
que en el futuro las cosas serían diferentes para quienes alentaban esa
esperanzas, y de no ser así por lo menos para quienes vinieran detrás suyo.”
No hay dudas que el mundo feliz que describe gozaba
en su tiempo (y goza) de buena prensa, blindaje mediático lo llamaríamos ahora.
No en vano nos seguimos refiriendo a ese tiempo como la “Belle Epoquè”. Felices
años de pleno avance científico tecnológico y de expansión ilimitada del
capitalismo, que habilitaba a augurar, como bien apunta Rocinante, la paz y la
prosperidad eterna. La añoranza se salpica con las optimistas expresiones de
deseos burguesas y marxistas, cada cual y por distintas vías (o por la
consecución eternas de las relaciones de poder actuales o por la creación de
las condiciones de su quiebre) veían en el horizonte las bases de realización
de sus utopías. El populismo y el “estado de bienestar” no obstruían con sus
mixturaciones el accionar de las doctrinas “duras”.
Por supuesto que el panorama de bienestar
generalizado “percibido” por el bisabuelito no era tal. En 1916 Lenin (el “El Imperialismo,
etapa superior del Capitalismo”) describe una realidad absolutamente
discordante. La libre competencia había cedido su espacio a la configuración de
monopolios, las potencias coloniales habían extendido su dominio por las 2/3
partes del globo, y contra las
esperanzas de “eterna paz” que alentaban los heraldos del capitalismo (sustentada
en la transnacionalización de las alianzas económicas) en la lucha por la
expansión encontraba Lenin, justamente, la causa eficiente de un futuro signado
por el belicismo.
Probablemente
el bisabuelo de Rocinante, desconocía el párrafo que Lenin dedicaba a la Argentina:
“Puesto que hablamos de la política colonial
de la época del imperialismo capitalista, es necesario hacer notar que el
capital financiero y la política internacional correspondiente, la cual se
reduce a la lucha de las grandes potencias por el reparto económico y político
del mundo, crean toda una serie de formas de transición de dependencia estatal. Para esta época son típicos
no sólo los dos grupos fundamentales de países : los que poseen colonias y los
países coloniales (colonizados), sino
también las formas variadas de países dependientes políticamente
independientes, desde un punto de vista formal, pero, en realidad, envueltos
por las redes de la dependencia financiera y diplomática. Una de estas formas,
la semicolonia, la hemos indicado ya antes. Modelo de otra forma es, por
ejemplo, la Argentina. "La América del Sur, y sobre todo la Argentina --
dice Schulze-Gaevernitz en su obra sobre el imperialismo británico --, se halla
en una situación tal de dependencia financiera con respecto a Londres, que se
la debe calificar de colonia comercial inglesa". Según Schilder, los
capitales invertidos por Inglaterra en la Argentina, de acuerdo con los datos
suministrados por el cónsul austro-húngaro en Buenos Aires, fueron, en 1909, de
8.750 millones de francos. No es difícil imaginarse qué fuerte lazo se
establece entre el capital financiero -- y su fiel "amigo", la
diplomacia -- de Inglaterra y la burguesía argentina, los círculos dirigentes
de toda su vida económica y política.”
Probablemente también, aquella sensación de
bienestar (presente o futuro) que alegraba la vida al bisabuelito, habría
trastocado en indignación si por entonces, habría podido acceder al
contemporáneo y desalentador “Informe Bialet Massé sobre las condiciones de las
clases obreras argentinas” (1904). Tal
vez no hubo comprendido la interralación entre lo descripto por Lenin y la situación
en que se encontraban amplias masas de sus coterráneos, o quizás simplemente, optó
por achacar a la indolencia y a la haraganería argentina, condimentada con la mala
calidad de la inmigración “no anglosajona”, el hecho de que la chusma se autoexcluya
de los beneficios del capitalimo en expansión. De todas formas, es de reconocer
que el bisabuelo colaboró en la construcción de un relato sesgado y parcial que
se perpetúa hasta el presente a través del diario de su bisnieto.
Es interesante leer como Rocinante “desengancha” del relato de su
abuelito “la prueba que significó la gran
depresión mundial de los años treinta del siglo pasado y la catástrofe que
provocara la emergencia de los totalitarismos y la segunda guerra mundial”.
No son consecuencias, se deben a “una catástrofe”, un infortunio especie de acto de un Dios vengativo que
reedita la expulsión del paraíso terrenal, iniquidad divina que pretendió ser
equilibrada y reparada “de una manera más o menos acabada sobre
todo en los países del occidente europeo”, por la aparición del Estado de Bienestar:
“Una experiencia que tenía la
particularidad extraña de que, sorprendentemente, parecía funcionar, y que
mientras duró -no solo en esa parte de Europa, sino en otros lugares del
planeta entre los cuales cabe considerarnos incluidos- provocó la sensación de que
se volvía a repetir de una manera mucho más consistente y por muchas más
razones la sensación de que todo el mundo era feliz”. Por si alguna duda
cabía sobre el posicionamiento ideológico del autor, la descripción del sorprendente
engendro sustituto de los beneficios inmanentes del Estado Liberal y una
particular tesis sobre su autoagotamiento, la disipa completamente.
La segunda parte de la ¿alegoría?, se titula “Cuando el mundo se nos
derrumba encima”, alude obviamente a la actual crisis mundial. Pero no la relaciona
con la talibánica reimplantación de los métodos y parámetros de gestión liberal
propiciada por los sacerdotes de Mont Pellerín desde los albores mismos de la
época de la postguerra, discurso y práctica que hegemonizaran el pensamiento
político y económico a partir de los ’80. El dato que el ojo de la tormenta se
ubica sobre los estados que insisten en repetir las recetas neoliberales a
pesar de su comprobada ineficacia, pareciera ser una anécdota carente de relevancia
para siquiera ser mentada. “La crisis” se presenta como otro accidente del
destino capaz de modificar de modo extremo “nuestro estilo de vida”, un “hecho
de la naturaleza” impredecible y divorciado de las prácticas de acumulación financieras transnacionales, ajeno a los
flujos de capitales especulativos-extorsivos, y, por ende, exenta de la
posibilidad de ser agitada como argumento en contra de un modelo de
relacionamiento (y de expoliación) que reclama ser revisado en profundidad o
directamente desechado.
No resulta superfluo el análisis de la construcción discursiva,
porque, como todos sabemos, el manual (como dice Ricardo) que se sigue por este
tipo de libelo (independientemente de su punto de arranque, de los recursos
utilizados y de su recorrido), exige de
manera taxativa y excluyente que debe desembocar en la crítica descarnada del
Gobierno Nacional.
Aunque sorprenda y parezca un sinsentido dialéctico, la sensibilización
articulada mediante la mención del bisabuelito, la aparente erudición y la
selección sesgada y parcial de datos
históricos, tiene el común propósito de arriar a ponchazos nuestra lógica a
desembocar en el recurrente estuario del formalismo institucional: alecciona
Rocinante “De allí que habrá muchos, los
que tanto entre nosotros como en otras latitudes, no dejan de señalar, que la
preocupación acerca de la vigencia de las instituciones se ha convertido en un
problema menor, si es que en realidad sigue siendo un problema. Independientemente
de ello, es admisible considerar que, hasta cierto punto, la discusión en torno
a las formas de gobierno (en especial las incluidas en la clasificación
aristotélica) ha pasado a ser un anacronismo. Y existen hasta los que descreen
de las formas más o menos contemporáneas de abordar el problema, con un debate
en torno a la república democrática, el autoritarismo y los regímenes
totalitarios”, nexo un tanto arbitrario tenida cuenta de cómo venía desarrollándose
el discurso, pero necesario para concluir en lugares comunes como calificar el
modelo de Estado Argentino actual (el mismo que mediante políticas de
intervención, anticíclicas y de inclusión, intenta que la tan temida crisis global
impacte lo menos cruelmente imposible en nuestro país), de “estado mafioso” aventurando además la hipótesis de que vamos
camino hacia un Estado Fallido o Fracasado (ej.: Haití).
¿Conclusiones traídas de los pelos? Bueno, no olvidemos que el título (“¿un
alerta descabellado?”) es anticipatorio si obviamos la forma interrogativa y la
trocamos por la asertiva. Pero no quiero
dejar de subrayar el carácter de “cínico”
que le endilgué desde un principio, para nada casualmente.
Para fundamentar el carácter de “mafioso” (“es el Estado el que ha tomado el control de las redes criminales. Y no
para erradicarlas, sino para ponerlas a su servicio y, más concretamente, al
servicio de los intereses económicos de los gobernantes, sus familiares y
socios”), Rocinante recurre a los siguientes ejemplos: “ahora se dan tenues e inconsistentes señales
de pasos imprecisos (y hasta inconscientes) en esa dirección, con la aparición
de barras bravas que de una forma polivalente pueden llegar a ser manipuladas
en esa forma; una situación que, en muchísima menor medida, pero frente a la
cual se debe estar alerta, existe una remotísima posibilidad que pueda darse
entre algunos miembros de grupos piqueteros”.
Si es por la utilización de la actividad de Barrabravas, en tiempos
recientes la podemos encontrar en los episodios del Parque indoamericano, repeliendo
el reclamo de docentes frente a la legislatura porteña, o marcando presencia en
el intento protagonizado por Pablo Moyano de impedir la salida de camiones de
YPF. En ninguno de los casos están vinculados con el gobierno nacional, sino
con el gobierno neoliberal de CABA o en abierta confrontación con el gobierno
nacional. Si es por actividad de “piqueteros” (entendiendo como tales aquellos que
reclaman cortando vías de circulación), la utilización de esta metodología, en
el último año, ha sido propia de ambientalistas, ruralistas, camioneros (en el
caso ya mencionado y respecto a los camiones de caudales), la UATRE, petroleros,
organizaciones trotskistas, la CCC, entre otros sectores que siempre reclaman exigiendo medidas al
gobierno, y no desde o apoyando al gobierno.
La sintomática necesidad de la tergiversación, el recorte y la
manipulación, para forzar líneas argumentativas críticas hacia el gobierno, está
develando la seria dificultad por la que atraviesa el pensamiento conservador
puro y duro para justificar su actitud opositora, sin confesar sus propósitos y
sin explicitar su contrapropuesta,
ocultándolos tras de la fachada de una estética republicanista formal que eluda
el dictamen de las urnas, y en medio de denodados esfuerzos por exculparse de
los efectos desastrosos del modelo económico-político del que son acólitos. La
ausencia de alternativa los ha transformado en mitómanos consumados, en
apologetas nostalgiosos de un improbable tiempo pasado que fue mejor, persistente
en la memoria colectiva sólo porque existe en el dulce recuerdo de seniles
abuelitos, pródigos en lagunas alzheimerianas.
Nada más loco que un intento (argumentativamente
famélico) de unir un pasado que nunca fue, con un presente distinto al que es.
7 comentarios:
A la mierda, Rucio. Esto es para leer con detenimiento. Arranqué y me encantó, aguánteme que termino unas cosas y sigo leyendo, abrazo.
La Belle Epoquè, que hecha de menos el biznieto, será cuando era Ministro de Gobierno de Facto, allá por principios de los 80, cuando el libelo ese era creíble, y tenía influencia sobre una parte de sus lectores? Afortunadamente, el licenciado actualmente a cargo del pasquín destruyó la escasa credibilidad que le quedaba.El buen servicio suyo Rucio, es que me entero de estos anacronismos, a tráves de Ud. porque no soy suscriptor, y estoy convencido que cada necrológica de un vecino mayor es una suscripción menos, que no será renovada,tal cúal pareciera pasar co La Nazión. Brillante lo Suyo. Saludos.
Me da gusto como hasta exponentes aún más eruditos (?) que el prolijo despachante de relato que enfoca el post, aterrizan en determinado momento en caracterizaciones groseras asociadas a actores marginales al servicio del "aparato". Muy factuoso puede ser el despliegue de su alocución que va a caer tarde o temprano en los mismos lugares comunes que mi vecino gorila suele frecuentar, aprovechando toda cola de su denuncia hacia el gobierno del populacho al servicio de los vagos y malvivientes mantenidos por los planes sociales. Lo que encabeza sin dudas sus tópicos de preferencia para describir a la dictadura del aluvión zoológico que atormenta sus pesadillas. Y que viene a interrumpir como se describe, cada tanto el "normal y natural" desarrollo de la historia. Porque eso se preocupan en reclamar además: -un gobierno "normal".
Es tal cual: el relato conservador liberal de nuestras clases oligárquicas apela a un pasado que no fue tal para proyectar un futuro que tampoco será, si de ellos dependiera exclusivamente.
Es un poco como el amor según Lacan. Pero hasta ahí llego, vea, porque después viene un psicólogo y me pone un cross de derecha al argumento, je.
Abrazo.
Hagan de cuenta que ni vine. No sea cosa que se me escape alguna acotación inconveniente y Rucio me la masacre...
Mamita... ¡Feroz y preciso el tipo! Abrazos.
Un análisis genial Rucio!!!!
Para agregar??? nada.
Excelente la visión de “a quién responden” los Barrasbravas, los hemos visto actuar y están filmados, igual que los piqueteros intransigentes.
En cuanto al bisabuelito, creo que tenés un poquito de mala intención. Me explico, el libro de Lenín no llegó a estos lares en forma inmediata. Además, “eso” pasaba allá!!! El bisabuelo, no tenía por qué enterarse!!
Con respecto al “Informe Bialet Massé” seguro que él sabía que el paisanaje era vago y mal entretenido... Además él vivía en el litoral y no en la patagonia de Antonio Soto. No entendés nada!!!!
Ahora que lo pude leer tranquilo, la verdad, IMPECABLE Rucio! De lo mejorcito que nos ha dado.
Abrazo
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