A
mi juicio, no debe haber situación más paradójica en la política argentina
actual, que esa masa amorfa que se llena la boca de sentires republicanos. Inmediatamente
después de soltar su diatriba sobre el debido respeto a las instituciones, te
increpan pelando del bolsillo de atrás del pantalón un encuesta elaborada por
la prestigiosa consultora “Pitodoro & Asoc.”, que sobre 1038 casos
consultados en todo el país construye la irrefutable conclusión de que la
imagen de Cristina está por el piso y te grita, al borde del orgasmo, ¡YA NO
TIENEN EL 54! (que en realidad es el 54,11%), como argumento de presunta deslegitimación
de algún acto de gobierno, o del propio gobierno.
Pareciera
ser que algún criterio tácito calificaría las disposiciones constitucionales
referidas a la composición, duración y funciones de los Poderes del Estado en
normas de estrictísimo cumplimiento y normas que me chupan un huevo. Porque,
más allá de lo acertado o no de los criterios de análisis para determinar “qué
cosa es” el principio de la división de poderes, las normas que lo regulan
tienen exactamente la misma importancia y exigen el mismo cumplimiento que
aquellas que determinan la forma de elección y la duración de los mandatos de
los representantes. La Presidenta fue elegida “como jefe supremo de la Nación, jefe del gobierno y responsable
político de la administración general del país”, mal que les pese por
cuatro años, en virtud de lo cual, pueden meterse democrática e institucionalmente
la encuestita en el orto.
Claro
que podríamos decir que siempre y cuando esa “legitimidad genética” sea
ratificada por la “legitimidad de ejercicio”. Pero hete aquí que los más
acervados críticos no la cuestionan por no hacer lo que prometió hacer (y venía
haciendo con anterioridad), sino por no hacer lo que prometieron los que
sufrieron una derrota histórica en las urnas.
Pero
es justo reconocer que esta especie de esquizofrénicos institucionales
conforman una parte del heterogéneo colectivo denominado “Pueblo de la Nación
Argentina”, al menos en el sentido que la Constitución le reconoce a los
efectos de integrar “el cuerpo electoral”. Allí se paran para sostener con
altivez (pero sin argumentos que logren superar las irreductibles diferencias
entre Duhalde y Altamira, por ejemplo, o entre Carrió y el resto del mundo
racional) “somos el 46” (en realidad
el 45,88%).
A
mí me cuesta reconocerle a esa masa la calidad de sujeto político (entre otras
cosas, por lo que venía diciendo, también por su tendencia a reconocerse a sí
mismo como individualidades con intereses muchas veces inconexos, cuando no
contrapuestos), al menos en el sentido tradicional, en tanto la imposibilidad
de considerarlo “un grupo” en términos de la psicología social.
En
cambio sí me van inspirando la idea de un conjunto heterogéneo que puede ser
capitalizado políticamente de manera intermediatizada. ¿Por qué?
Observemos
la representatividad política electoral medible de quienes aparecen como
dirigentes vinculados fuertemente con el caceroleo (excepto Carrió, integrantes
del GAPU): Bullrich 0,43% del total votantes habilitados en todo el país (28.918.335); Elisa Carrió 1,82% del
total votos válidos emitidos en todo el país; Eduardo Amadeo 1,87% del total
votantes habilitados en todo el país; Federico
Pinedo 1,29% del total votantes
habilitados en todo el país. Incluso podríamos especular sobre la adhesión
de otros no tan expuestos (Duhalde 5,86% sobre votos válidos emitidos; De La
Sota 2,65% del total votantes
habilitados en todo el país) pero con inocultable relación. Podríamos incluir
a varios dirigentes radicales y del FAP.
Como
podemos apreciar, es evidente la irrepresentatividad e incapacidad de acumulación
de cualquiera de los mencionados, e incluso la enorme distancia de peso propio
que separa a los enumerados como más comprometidos, con las facciones más suculentas
(UCR FAP) pero a su vez más distante de la metodología, al punto de ser
destinatarios de las críticas de la inutilidad de la oposición (emanada de los
propios cacerolos, discurso al que parecen querer plegarse la Carrió y Bullrich).
El
Grupo Clarín, en cambio, ha sabido contrarrestar su pérdida de prestigio frente a
las mayorías (verificable en la ostensible caída de ventas de su diario, y en
el hecho de la pérdida de audiencia de todos sus programas televisivos y
radiales, especialmente aquellos dedicados a las noticias, la economía y a la
política) con una profundización en la penetración ideológico en sus restantes
acólitos, llevándolos al borde de la fanatización irracional. En ese afán ha procedido
a “cercar su quinta”, no sólo respecto a la “detestable acción del Estado”,
sino incluso, a cualquier intento de debate procedente de otros medios de
comunicación, utilizando el simple argumento de asimilarlos a su enemigo
estatal (no sólo a acuñado el término “medios adictos”, sino que ahora los
denomina “paraoficiales”), no importando para la implantación de la consigna encanastar
desde medios o periodistas que comulgan expresamente con el modelo político, a
otros que ni por las tapas serían merecedores de tal elogio. El resultado está
a la vista, en las movilizaciones cacerolas se pone el mismo ahínco en defenestrar
al gobierno que en insultar o golpear periodistas de cualquier medio que no sea
pertenencia del Grupo Clarín o sus asociados (Perfil, La Nación).
La
lógica “o estás conmigo, o estás en contra mí” se ha apoderado de la estrategia
del Grupo, con el evidente propósito, decía, de homogenizar por contraposición una
heterogenea e ¿involuntaria? tropa. Han logrado dividir aguas de manera
contundente, como lo lograron en 2008. Pero conscientes de que la porción
capturada es cuantitativamente menor que en aquella oportunidad, parecen
decididos a apostar al aspecto cualitativo: blindándola y transformándola en
una “minoría intensa”, adoctrinada a partir del mito de la infalibilidad y
pureza sacrosanta periodística, y capaz de, no sólo hacer palidecer de envidia,
sino también seducir y condicionar con semejante despliegue militante a
cualquier opositor con esperanzas de triunfo.
Si
bien hasta ahora la lucha central fue la judicial,
consciente del destino que correrá la aventura tribunalicia cuando se falle
sobre la cuestión central (constitucionalidad del art. 161), el Grupo parece haber
diseñado otra estrategia de mediano plazo que lo trasforma en un actor político
central, no ya dirigiendo su discurso a una masa genérica, sino colonizando la
mente de una minoría activa, incapaz de cuestionar su discurso, y presta a
encolumnarse talibánicamente detrás de quien mejor represente los intereses del
Grupo (incluso si abandonan la tesitura del “puesto menor” y ensoñaran una “Argentina
atendida por sus propios dueños”, o algún gerente pero sin intermediarios
políticos). La firme determinación el Grupo ya no estaría orientada a sostener la
incolumnidad patrimonial del factor hegemónico de la comunicación social, sino
directamente a la derogación total de la legislación cuestionadora, mediante el
cambio el signo político del gobierno, en 2015, o si antes, mejor. Todo por
recuperar aquella añorada tradición de trabajar de “poner y sacar presidentes”,
pero ahora, abandonando las bambalinas y debajo de los reflectores.
7 comentarios:
Todo este nefasto panorama se enriquece con la complicidad de los dirigentes opositores, canallas inescrupulosos que alimentan al monstruo que se los va a devorar tarde o temprano...
Pare mano compañero. Desestima Ud. la cantidad de parejas presidenciales que pueden llegar a armar. A saber....pero no....mire es tan, pero tan variada la oferta de duplas y dupletes que no me alcanza el tiempo ni el espacio y además no me quiero olvidar de ninguno. Hasta Castells puede participar en el gran bailando. Se ha formado la enésima pareja y es.........Hagan sus apuestas señores!! Socorro!!!!!!
Yo no quiero ni imaginar ,ni por un momento siquiera ,quien sucedera a cristina en 2015, entro en panico,sin el kirchnerismo que sera de nosotros ??
Y si, hay que ser talibán -con perdón de los talibán- para levantar un cartel que dice: -"Lanata no miente". Solo con el informe (?) sobre deuda externa uno saldría despavorido del paragüas de semejante organizador primario de mentes rudimentarias.
Porque esto ya no se trata de fanatismo, si no de bestialidad.
Mancuso, quieren juntar a expensas de la acumulación clarinista, y se olvidan de Maquiavello hablando de mercenarios y de la tropa ajena: http://www.librosmaravillosos.com/elprincipe/capitulo12.html.
Daniel, la del cartelito que decís y un puñadito más, forman parte el escuálido aporte colonense al 8N.
Basta intolerantes! Son "mentiritas blancas" para salvar a la republica!
Rucio:
Muy bueno lo que escribiste, lástima la calificación de "esquizofrénicos",
que deja mal parados a los enfermos mentales.
Saludos
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