Los
acontecimientos de Córdoba dejaron mucha tela para cortar. Tuvieron la característica
de repeler los análisis simplistas, de demostrar una complejidad que ridiculizó
a los agoreros de la “crisis”, dieron indicios de algunos puntos negros de la
política nacional, denotaron la complejidad de las relaciones sociales tejidas
en la última década (al calor del discurso mediático de la inseguridad y de las
estigmatizaciones), y, por sobre todo, desnudaron los resultados de la
convivencia de proyectos antagónicos en el territorio nacional.
También
pusieron en jaque la endeble semántica de aquellos que gustan escudarse en los
formalismos republicanos y federalistas, los apegados a una legalidad arcaizada
por las exigencias de las nuevas demandas, impugnando su pretensión de ser
tomados en serio como defensores a ultranza de las instituciones.
¿saqueadores? |
Vamos
por partes.
Córdoba,
por quienes conocen, viene siendo caracterizada como una provincia donde los
conflictos sociales han sido “apaciaguados” recurriendo a medidas de corte
administrativistas. Por un lado, una política de apartheid, consistente en la “reducción”
de los indeseables (pobres) en especialmente diseñados pueblos satélites a la
urbe capitalina, erradicando de la vecindad de su zona céntrica los anárquicos
asentamientos y reivindicando sus territorios abandonados para la avidez
inversionista de la especulación inmobiliaria. El desplazamiento vino
reforzado, más que políticas sociales de integración, por la férrea aplicación
de un “Codigo de Faltas” orientado (por aplicación práctica de la doctrina
Lombroso) a la estigmatización y apartamiento de los “portadores de rostros” y
por su instrumentación por parte de una omnipresente guardia policial
especializada en la detección del “uomo delinquente” conforme a los biotipos de
“Chaveta y Negrazón” difundidos en la revista Hortensia. Córdoba fue
transformándose en un gran barrio privado de inspiración giulianiesca, exento
de la incomodidad de la visualización de la desigualdad.
Si
la multiplicación exponencial de personal policial fue la respuesta delasotista
a la desigualdad social, parece ser que “la fuerza” tomó consciencia del rol asignado
como garante del equilibrio. Eso no sólo le concedió impunidad represiva, sino
también (tal como alumbra el escándalo de su vinculación con el narcotráfico) absoluta
indemnidad para el ejercicio de negocios incompatibles, no sólo con su función,
sino también con la seguridad pública. Hay quienes especulan que el
descabezamiento de la cúpula narcopolicial también implicó la descentralización
de una tela de araña de negociados y microemprendimientos asociados a la
delincuencia “no uniformada”, que pujan por alojarse en el rescoldo de un poder
político provincial necesitado de su respaldo para “legitimar” sus operaciones.
Mientras, la rota cadena de mandos trastocó el juego de representaciones
corporativas, habilitando la
radicalización de los rezagados reclamos salariales y gremiales. En este marco,
la consciencia del propio poder policial impactó con la necesidad de orden
social, valor esencial en el diseño neoliberal, liberándose la zona por omisión
de presencia (incluso, se dice acicateando cuando no participando directamente
de la generación del caos).
La
ausencia de personal policial en las
calles permitió graficar que las políticas segregacionistas del cordobesismo tienen
un sustento social. Los jóvenes bien se apoderaron de las calles de los barrios
de gente bien, y con argumentos prevencionistas y de autodefensa (evitar
saqueos), desplegaron cacerías indiscriminadas que remitían a la memoria de los
linchamientos de negros en los estados sureños. Curioso estado el del miedo
implantado (sensación de inseguridad), que transforma a la “culta” clase media
en hordas que “pegan por las dudas” a sujetos indefensos, que se regodean en
apalear impunemente al “diferente” que sienten invasor y que se enorgullece de
su bestialidad ominosa.
El
resultado devastador de la compulsa (a su vez interna en el marco de la fuerza
y externa respecto a la pulseada con el gobierno provincial) no parece afectar
demasiado (por lo pronto) a ninguno de sus responsables principales. Los pelos
de De La Sota podrán ser implantados, pero ninguno es de sonso. Los resultados electorales
últimos no pueden ser considerados un fuerte respaldo a su gestión. Sus endebles
pretensiones presidenciales vienen siendo desplazadas por otros exponentes de
la derecha como Macri y Massa. La derogación del principal instrumento de control
policial y represión social (el Código de Faltas) es cuestionado anualmente por
cada vez más masivas movilizaciones juveniles (la 7ma. “Marcha de la Gorra” duplicó
sus participantes del año pasado). El narcoescándalo trascendió las fronteras
de la provincia en razón,
principalmente, de la negativa tenaz del gobernador a quitar respaldo a sus
protagonistas.
Hábil
teatrero, montó un espectáculo digno de Broadway, en medio de la tensión
creciente de la trama, hizo mutis por el foro sentenciando la imposibilidad financiera
de atender los reclamos policiales. Durante su ausencia los acontecimientos se
desencadenaron brutalmente, superando los peores presagios. Reaparece en escena
(previa “espontánea” y sorprendente suspensión de los saqueos y actos de
violencia) con las respuestas precisas y el dinero necesario. Tras la llegada
del héroe de la jornada, ríos de tinta endilgan culpas a delincuentes
innominados y a la Casa Rosada. Apoteosis en la casa de gobierno cordobesa y en
los cuarteles policiales… cae el telón mientras de fondo musical se escucha “olé,
olé, olé, somos los dueños de la calle otra vez”. FIN.
Para
De La Sota, nada pudo haber salido mejor. El periodismo aliado obvia los
reparos legales y constitucionales y azuza a los cordobeses a creer que la
gendarmería no apareció por designio maldito del gobierno federal, no porque la
provincia sitiada no ejercía su deber de requerirla. Hay quienes eligen creer
que no hubiese habido el mismo el ensañamiento si “de prepo” hubiesen sido
enviadas las tropas federales. En lo que a mi concierne, creo que desplegarían
el contraargumento, basado en la ley y la Constitución, para sugerir que Nación
intervenía la provincia de Córdoba para desplazar a De La Sota. Para la oposición federalismo y república no
son principios constitucionales, son meras excusas maleables.
El
punto negro que imputo al Gobierno Nacional, nada tiene que ver con
responsabilidades u obligaciones que le competen, sino más bien con lo que
supongo una falta de viveza. En vista de los acontecimientos, nada habría
costado ofrecer formal y públicamente la ayuda de Gendarmería Nacional para
prevenir y desbaratar los saqueos, aunque todos sabemos que habría sido
rechazada tajantemente (la Ministra de Gobierno cordobesa rechazaba la posibilidad
en medio del incendio).
Es
que el probable éxito de la intervención de Gendarmería hubiese desbaratado la
prosecución de los fines esperados por lo que parece un bien articulado
movimientos de pinzas entre los principales actores. Por un lado, los reclamos
policiales (los salariales y quizás otros ocultos a la opinión pública), la
exigencia de reivindicación y su necesidad de reafirmar su esencialidad al
modelo delasotista. Por el otro, un Juan Manuel de La Sota ávido de
protagonismo y legitimación, de reconocimiento como salvador de la jornada. La
magnitud, interdependencia e inconfesabilidad de las necesidades de ambos
jugadores, las hacían imposibles de resolver en una mesa de negociaciones ordinaria,
debían superarse en un marco de comprensión de la sociedad. La principal y
numerosa destinataria de la política neocon cordobesa debía volver a necesitar de
esa policía (aunque sea corrupta, coimera y narcotraficante) y debía volver a
creer que De La Sota es el artífice de su felicidad, y alinearse automáticamente
en la lucha contra los enemigos comunes: los pobres que ambicionan los objetos
que construyen su bienestar y el Gobierno Nacional que los ampara
reconociéndoles derechos. Y para eso, ningún mejor tratamiento disciplinador que
una crisis de pánico y violencia.
¿Cuál
será el origen de la involución? ¿Cómo se trastocan los valores para llegar a
la deshumanización? “Los negros ladrones y asesinos comenzaron” dirán algunos, “la
exclusión de los noventa los privó de todo”, responderán otros. ¿Cuál es el
huevo y cuál la gallina? Lo cierto es que, hace 45 años, en el mismo lugar,
podíamos ver a los Chavetas y a los Negrazones luchar junto a los comerciantes,
los “Dotores” y los estudiantes para resistir a la dictadura. Hoy la democracia
tiene en su debe haberlos malquistado al punto de que parecen incapaces de
distinguir al opresor común, o bien el opresor ha sabido granjearse el guiño de
los unos (beneficiarios), haciendo creer que los responsable de su “cárcel de
oro” son los otros.
4 comentarios:
Muy buen análisis.
Saludos.
Esther
suscribo que ha sido la intención política lo que sí el costo lo alcanza de lleno a De la Sota, ni los dotores, ni los comerciantes ni los barrios bajos le perdonarán que los haya expuesto al infierno. a pesar de Clarín y del blindaje de sus comunicadores bien pautados corre como agua de río la puteada. Está en el centro de la tormenta su excelencia y no hay quien hable en toda la docta de un futuro incierto para sus posibilidades.
Falta un detalle que es protagonista y no aparece,el raudal de droga que corre allí y otras Pcias que conocemos bien,está intimamente ligado al raudal de guita que corre desde la sojización.O sea no solo se modernizaron las máquinas,las camionetas,en el campo,sino que sobreabundó la guita y aparecen las viviendas, de lujo y medio y el ..ocio.
Ocio con mucha guita,no si el narcosistema se va a perder una plaza a full de guita.
Estamos viviendo en un paraíso artificial,viene Roger Waters vistes? Y el Justin Bieber..
Me parece que comenzamos a pagarlo,aunque aquí no lo veamos.
Ya no es solo el paco es la refinada,y nosotros les vamos a arreglar los puertos para enviar "el grano"????
Ni Súper Berni la arregla,solo un nuevo derrumbe,o sea falta de guita puede calmar esta "INUNDACIÓN" y lo que conlleva.
Kojak lo dijo en los 70"combatir la droga? te compra policías,jueces,la droga no es combatible" y siguió con su chupetín.
En la insubordinación y extorsión policiales además de factores coyunturales que muy bien señalás hay otros más estructurales. Uno de ellos es la vigencia de las arcaicas reglas de la política caciqueril que reniega de la profesionalización policial porque prefiere tener una fuerza de choque para proteger sus negocios, aunque deba con ella compartir una parte (pequeña) de sus ganancias.
Al parecer con los milicos pudimos hacerlo porque hay -por ahora- un relativo consenso de que no son necesarios para continuar ganado plata a carradas.
Con las policías no porque -a la inversa- siguen siendo necesarias para los negocios cotidianos generalmente relativamente más pequeños e inmediatos aunque eso -como bien señalás- está cambiando aceleradamente en virtud del narco negocio y del modelo de acumulación sojero.
Si se tolera la corrupción policial es imposible que exista alguna posibilidad de control político democrático de las fuerzas policiales.
En fin el tema da para mucho pero me parece que hay que mirar -más que a de la Sota- a nuestros propios gobiernos del fpv porque la caridad bien entendida empieza por casa y los problemas no solo ocurrieron en Córdoba o Santa Fé, sino en muchas provincias gobernadas por "nosotros".
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