No
nos confundamos, compañeros, estos no son asuntos que se resuelven mediante un
memorable zapatazo como el del Chango Cárdenas, ni con una media vuelta y
arremetida a lo Búfalo Funes. No
señores, esto no es un partido de fútbol, más bien una larga campaña donde, a
medida que avanzamos, los rivales se van poniendo más cabreros e ideosos, y por más que mejoremos el reglamento no logramos transformar a Carlos Amarilla en un árbitro neutral.
Si
lo comparamos con una guerra, no es el Blitzkrieg alemán, sino una guerra de
posiciones que lentamente va instalando las hostilidades en el territorio del
enemigo. Reconozcamos que el Estado salió decididamente de la especulación
defensiva a pelearle el terreno apropiado por las corporaciones.
Miren
si no el proceso, recuerden a De la Rua explicando
ante cámaras “los diarios decían que había que poner a Cavallo”. Evidentemente
las corporaciones (expresadas en la “independiente” opinión de los diarios), en
plena etapa expansiva, elegían como campo de batalla el propio gabinete. La
democracia tutelada ya no se desarrollaba bajo la atenta mirada de los
militares, ahora a las fuerzas corporativas no les preocupaba que votemos a
quien se nos cantara, bastaba con su capacidad de dirigir la política
imponiendo en lugares claves a sus gerentes.
Por
eso Néstor se ganó el mote de “autoritario”, tenía el tupé de contradecir la
opinión del Ministro de Economía Roberto Lavagna, el nuevo niño mimado. Después
de la Dictadura (y del intento fallido de los primeros años de Alfonsín), fue Néstor
quien empezó a marcar la cancha del Estado, delimitando la defensa del interés común
de los insidiosos y mezquinos, camuflados, intereses corporativos. Y este gobierno siguió ganándose el derecho de
cimentar esa fama cuando volaron "indispensables" como Prat Gay o Redrado,
siempre en medio de un lacrimoso revuelo periodístico… Ni hablar cuando
Guillermo Moreno se calzó las botas con punteras de acero para desalojar del
INDEC a los personeros de las consultoras privadas.
Un
día el campo de batalla se mudó. Ya la lucha no se planteó sólo en los
estrechos límites de la Administración, entró en el terreno de las ex empresas
del Estado, esos impulsores de la economía y del desarrollo en manos el
ejército de ocupación privatista, en territorios
como los de Aerolíneas, de las AFJP y de YPF se festejó la entrada de las
brigadas estatales.
Y “El
Mercado”, esa entelequia colonizada por el pensamiento único neoliberal,
también sufrió la embestida, el Estado reclamó su rol de jugador insoslayable, recuperó
el concepto y el significado de “Economía Política” para disputar terreno a la “Economía”
a secas librada a los sentimientos y humores del librecambismo ultramontano.
Hasta el monetarismo supuestamente inocuo y neutral sufrió escaramuzas cuando
el Banco Central entró en el campo de batalla con esa idea proactiva del manejo
de las “Reservas Disponibles”. Los atrincherados en las cuevas especulativas, los
ágiles comandos artífices de corridas bancarias y cambiarias, lloraron las
pérdidas como la derrota en Viet Nam.
Quedaron
a la defensiva, replegados en algunas colinas se hicieron fuertes, pero asumiendo
el costo de quedar pornográficamente expuestos. Ya no se pueden mezclar entre “la
gente” sin mostrar su inequívoco uniforme identificatorio. Ya no pueden ampararse
bajo el disfraz de la independencia o la neutralidad: “voy a hacer todo lo
posible para que esta gente no siga gobernando” fue la confesión espontánea que
las circunstancias le arrancaron al vocero de la Quinta Columna, aislado entre histéricos
caceroleos y pataleos furibundos de los traidores amarillistas egresados de los
cursos de la AIFLD.
En
un combate a campo abierto en que no están acostumbrados a pelear, hasta
quienes estaban habituados a la oscura comodidad de la retaguardia, deben dejar
ver sus lamentables figuras de Mr. Burns desnudo, aunque entonen el discurso de
Federico II de Prusia. Al aparato judicial le estaba reservada la discreta
tarea de ser el último resguardo de la impunidad del poder real. Acostumbrada a
dictar prescripciones, o a salvar sobre la raya algún complicado empresario
cuya evidente transgresión había logrado sortear el laberinto de las instancias
exculpatorias (p.ej., Macri en el caso de contrabando de autos y evasión
impositiva de Sevel), sufre la angustia de tener que mostrar sus trapitos y
miserias al sol.
El
festival de cautelares tuvo tal trascendencia y asiduidad, que, al menos por
repetición, dejó en bancarrota ese patrimonio de imparcialidad del que gozaba. Como
contrapartida, el lento fluir de los procesos, ese siempre justificable defecto
que les permitía escapar de tomar decisiones
incómodas mientras el ritmo de las noticias tenía puesta sobre un magistrado la
lupa de la sociedad, quedó destrozado como excusa con la celeridad con que
resolvió el cuestionamiento a su privilegio inalienable de llenar vacantes con
hijos, entenados, amantes y otros deudos.
Si
las reglas de juego permiten que, para preservar un privilegio, unos de los que
lo detentan (abogados) puedan pedirle a otros de los que lo detentan (jueces)
que ambos lo conserven, y estos decidir por sobre la Ley su mantenimiento en
desmedro de un derecho que se pretender generalizar, es evidente que las reglas
no están bien. Habrá que reencaminar entonces los esfuerzos para cambiar la
inicua regla, o prepararse a llorar sobre los escombros de todo lo conseguido
hasta el presente.
En
mayo de 2011, Roberto Felletti decía a la Revista Debate: consideró que se debería
avanzar en la consolidación del populismo porque "uno de sus principales problemas era que no era sustentable, ya
que no podía apropiarse de factores de renta importantes, esto es lo que cambió.
Un proceso de estas características necesariamente debería profundizarse”.
Su opinión sobre la necesidad de profundización permanente estaba sustentada en
el modo que se sorteó la crisis provocada por la derrota de 2009. No fue
haciendo concesiones a los planteos de la derecha de volver a la normalidad
neoliberal, sino por el contrario, ampliando derechos y radicalizando la
interpelación al poder real se reconstituyó la adhesión popular y se logró el
54% del 2011.
Hoy,
la reticencia a los cambios y la pretensión de gobernar desde los estrados
judiciales, de dictar políticas de Estado y de someterse a “principios
inalterables” más que a las leyes
transformadoras, expresadas por Lorenzetti (en octubre del año pasado en una arenga
destinaba a alinear su tropa), y llevadas a la práctica en la dilación ilimitada
de las cautelares y en la celeridad extraordinaria para impedir que el voto
popular cuestione los privilegios corporativos, nos pone nuevamente de cara al
desafío de la profundización del modelo, en todos los ámbitos, para lograr su
sustentabilidad. No es posible permitirnos dejar resquicios interpretativos a la
arbitrariedad corporativa, que permitan que un Poder del Estado invada obscenamente
las injerencias de los otros dos y desafiando
la propia soberanía popular, sin riesgo de que la democracia se transforme en
una caricatura deforme de la voluntad del pueblo, ahogando sus necesidades con formalismos
tutelares.
No
es imposible. Guillermo Moreno inició su “polémica” carrera recuperando
espacios robados al Estado dentro del propio Estado, hoy se sienta a la
ofensiva en las asambleas de Clarín y Papel Prensa. A pesar de la escaramuza
perdida, la terquedad inquebrantable de democratización, más temprano que tarde, llegará
a la justicia y a la riqueza.
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