Buena
punta tira Sentis desde su facebook. Tal cual, según el relato conservador,
llegaron los Kirchner y cagaron el ambiente bucólico y pastoril que caracterizó
el desarrollo de la historia argentina, construida en base de diálogos y
consensos inclusivos.
Buena
punta, decía, para un rápido repaso de algunos momentos que jalonaron esa senda
de construcción pacífica de la institucionalidad que nos legaron los mismos que
ahora se preocupan por el nivel de confrontación escandaloso en que nos han
sumergido estos apóstoles de la crispación.
A
partir del consenso obtenido acallados los cañones de Caseros, en 1853, se
sancionó la constitución. Una constitución que el dialoguista de Mitre, después
de Pavón, quebrantara para apoderarse del Gobierno. Por supuesto que el
consenso se expandió rápidamente por todo el país, aunque en el empeño se viera
obligado el fundador de “La Nación” a derrocar unos cuantos gobernadores,
cumpliendo el mandato de constituir la
unión nacional y consolidar la paz
interior. Es que a los bárbaros sólo con sangre la letra entraba, siendo
menester que no se ahorrara la misma en holocausto a la cimiente civilizatoria
sarmientina. En la punta de una larga pica plantada en Olta, pudo la cabeza del
Chacho Peñaloza contemplar los beneficios de la nueva república y la
institucionalidad, mientras que Felipe Varela agonizaba su ostracismo en Chile.
El
diálogo y el consenso propiciado por los padres de nuestra amada
institucionalidad, se permitió trascender fronteras apuntalando el golpismo
colorado en el Uruguay, y asegurando la libertad de los pocos hermanos
paraguayos que sobrevivieron a la Triple Alianza, hasta entonces agobiados por
años de cruel dictadura.
El
logro de la ansiada paz y unidad definitiva,
debemos agradecerla a los esfuerzos de Sarmiento, quien terminó con las
divisiones intestinas interviniendo militarmente los gobiernos de Córdoba,
Corrientes y Entre Ríos.
Avellaneda
también hizo su aporte a la concordia nacional, con el ejército comandado por
Roca, aplastó definitivamente los alzamientos autonomistas alsinistas y amplió
las fronteras al sur, sumando tierras a la civilización impulsada desde la
Sociedad Rural y permitiendo que viudas y huérfanos de salvajes levantiscos
lograran acercarse a la modernidad sirviendo en casas de gente bien. La pérdida
de territorios, los muertos y la esclavitud fue el precio vil que debieron
pagar por su integración a la promisoria nación.
El
diálogo y el consenso también fueron protegidos durante la presidencia roquista
con la Ley de Residencia, que impidió que proletarios europeos con espíritu de
confrontación, animado por ideas foráneas y socializantes, mellaran las
armoniosas relaciones sociales y pusieran en riesgo nuestro destino manifiesto
de transformarnos en la más preciada joya de la corona británica.
El
unicato fue superado por la vigencia de la Ley Saenz Peña, tampoco los
Radicales beneficiados se privaron de ratificar su voluntad de diálogo y la
búsqueda de consensos. La intervención federal de Buenos Aires, Corrientes, Mendoza (3 veces), Córdoba, Jujuy (2 veces),
Tucumán (2 veces), La Rioja, Catamarca,
Salta (2 veces), San Luis, Santiago del
Estero, San Juan (2 veces) Tucumán y Salta,
la semana trágica y las huelgas patagónicas son un claro ejemplo de que la
voluntad transformadora tiene un tiempo y un ritmo que no puede ser acelerado
por voluntades facciosas que quebranten unilateralmente la paz y la armonía
indispensables para el desarrollo y el crecimiento.
En
1930, a pesar de los esfuerzos conciliacionistas de Yrigoyen, tuvo el Ejército
argentino que hacer también su aporte esclarecedor y restaurador del gentil
panorama. Heroica intromisión que fructificó gracias a la comprensión de una
Suprema Corte inspirada en los sanos e inalterables valores de una República
que nunca debieron ser amenazados por las controversias introducidas por una abusiva
democracia.
La
decadencia fue conjurada durante más de una década por caballeros que aceptaron
cargar con el oprobioso compromiso de gobernar una nación, aunque para
bienestar del pueblo debieran recurrir al fraude, proscribiéndolo de la
decisión para preservar la calidad de las instituciones. Nuevamente el consenso
se imponía de la mano de conservadores y demócratas, liberales y socialistas de
la vieja escuela, aquellos que se atrevieron a conjurar el anarco sindicalismo reprobando
sistemáticamente huelgas obreras y adjurar de la desviación marxista, porque
comprendieron su carácter disociador y conspirativo.
Los
negros años de Tiranía que sucedieron a este período de paz y armonía, fueron
superados otras merced a la valentía de unas fuerzas armadas siempre dispuestas
a sacrificarse por la grandeza de la patria. Sobre el bombardeo a la Plaza de
Mayo, los fusilamientos de José León Suarez, la intervención de los sindicatos,
la disolución del partido peronista, la proscripción de una mayoría silenciada,
se reconstruyó la Argentina del diálogo y del consenso. A veces es bueno
olvidar los malos momentos que confunden, y para ello se sancionó el Decreto
4161, y a para aquellos que se empeñan en recordar y pretenden retornar,
corresponde asegurarse que no puedan abrir la puerta. Juan José Valle fue uno
de los 27 que el 12 de junio de 1956 pagaron cara su temeridad de negarse a
plegarse al nuevo diseño armónico, continuando una larga tradición de excreción
de elementos írritos que pongan en riesgo la paz y la armonía del cuerpo de la
patria.
Ustedes
no podrán creer, ni valorar jamás lo suficiente, los esfuerzos y sacrificios
que las fuerzas vivas de esta bendita patria debieron llevar a cabo desde
entonces, en pos del mantenimiento del ejercicio del diálogo y del logro de
consensos esenciales. Ni bastones largos, ni gases lacrimógenos, ni picanas, ni
balas, ni censura, ni quema de libros se mezquinaron en pos del mandato
sarmientino de “no ahorrar sangre de gauchos” si ello resulta necesario para
abonar el bienestar de la población o, incluso, si el pueblo no entiende las
maravillosas enseñanzas con que el hambre, la exclusión, la indigencia, la
desocupación preñan nuestra experiencia de vida y templan nuestro espíritu. 30.000
vidas descarriadas es un costo ínfimo y su desaparición es una menudencia que
no alcanza a ensombrecer el venturoso camino diseñado sobre la base de los
consensos.
Pero
los profetas del odio y la crispación nunca bajan la guardia. Afortunadamente
los arrestos disociadores de Alfonsín fueron rápidamente diluidos por las antas
corporaciones que hicieron tronar el escarmiento del mercado, y cualquier entuerto
fue conjurado en los noventa por las hábiles manos que aplicaran la cirugía sin
anestesia a un cuerpo social enfermo. Los enemigos del diálogo y del consenso
fueron rápidamente expulsados de las rutas de la patria, de las casas, de los
campos y de los trabajos; y se recompusieron los lazos de unidad y concordia con
sabios y reparadores indultos y amnistías. Desde el desalojo del puente
Corrientes-Resistencia hasta el día que la crisis causara dos nuevas muertes,
no se hizo más que ratificar, con firmeza y sin distinciones partidarias, que
el consenso no admite cuestionamientos facciosos.
¿De
qué valen sino el esfuerzo y el empeño puestos a disposición del pueblo por
prestigiosas universidades privadas, nacionales y extranjeros, en formar
preclaras mentes capaces de administrar con eficacia nuestros recursos nacionales?
¿de qué vale que paran incansablemente generación tras otra de Alsogarays,
Martinez de Hoces, Cavallos, Lopez Murphys, Sturzeneggers, Prat Gays, Redrados si
no somos capaces de abrir nuestras mentes y aportar nuestras voluntades para
caminar la senda de amor y oportunidades para todos que nos señalan?
Afortunadamente,
esta campaña electoral es pletórica en propositivas soluciones, expresando ánimos
inquebrantables de reconstruir una armonía quebrantada. Escuchemos a quienes
están hartos del disenso destructor, “Todo Vuelve” proclaman, unir a las dos
partes disociadas, prometen. Lucharán sin desfallecer, los nuevos y viejos
adalides, por restaurar el diálogo y el consenso para un justo y promisorio
futuro que devuelva a cada uno lo que es suyo: el derecho a la explotación para
los poderosos, y el manso respeto al deber de ser explotados para el resto. Así
está escrito.
3 comentarios:
La vieja fábula de la granja: el dueño decide que animales cocinar y ellos ,en que salsa. Consenso puro.
Genial, el post.
El único consenso de los consensuadores es que el consenso no se toca.
Y buenísima también la comparación de Iris.
Grandísimo post.
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