Los periodistas argentinos se estremecen frente una triste realidad: han dejado de ser el cuarto poder de la
república. Consecuencia de ello, lloran, gritan y patalean, en lugar de
autocriticarse y analizar las razones de la pérdida de credibilidad que ellos
mismos han construido. Se quejan porque desde la política se les increpa y
cuestiona la mala costumbre de manipular, recortar y tergiversar la
información, pero su escasa humildad les impide considerar la crítica como un
camino posible hacia la propia reivindicación. Añoran, en definitiva, las
épocas en que 4 tapas podían voltear un gobierno o desde un piso se podía
señalar el camino correcto, a modo de oferta imposible de rechazar.
Lejos quedaron la “Plaza
del SI” convocada por Bernardo Neustad, o las conmovedoras marchas del silencio
encabezadas por Bolumberg pero exhortadas desde las primeras planas, o los
omnipresentes cortes de ruta en defensa del inalienable derecho de enriquecerse
sin tributar. Ahora miran nostalgiosos la prueba de su decadencia: el fracaso
de un neocacerolismo incapaz para inspirar algo más que lástima o risa.
Rugen su desprecio los
editorialistas, refuerzan los epítetos denigrantes los columnistas, agitan
fantasmas importados del pasado europeo los analistas, escarban contradicciones
imposibles los noteros… pero lo hacen desde la cueva del despecho no asumido,
desde suntuosas jaulas de oro, llavadas por dentro y glamorosamente amobladas
por cuenta de la oligarquía. Y “la gente” pasa, los ve, los escucha, unos pocos
los festejan un ratito… y la mayoría, les tiran maníes antes de mudar su
interés a la próxima jaula.
Empecinados en su rol de
lobistas de la causa del retorno de un mundo ido, ningunean los emergentes de
la nueva comunicación y se tornan incapaces de olfatear las oportunidades de
reivindicación que se les presentan. Así como un perro atado termina cercenando
aun más su libertad enroscando la cadena, cuando Julián Assange empezó a
publicar los cables de la embajada norteamericana en wikileaks, desde su
soberbia lo ignoraron. Cuando Julián Assange les cedió el material para que sea
difundido multitudinariamente, manipularon la información, se regodearon en la
perfidia de publicar lo que ya habían publicado, como si el cable diera crédito
a sus elucubraciones pasadas, cuando en realidad no hacía más que levantarlas
para que un jefe no tuviera que tomarse la molestia de leer los mediocres
diarios locales, transformando la oportunidad en una fiesta del pavoneo y la
intrascendencia. Buena parte de nuestros “periodistas militantes”, es justo
decirlo, no atinaron a ver el recorte y la tergiversación de los hegemónicos,
pifiaron al hablar de “una movida de la derecha republicana yanqui” y, en un
acto reflejo para nada astuto, denostaron a Assange comiendo de la mierda que
destilaban los intermediarios sin tomarse la molestia de revisar la fuente
primera.
Hoy el australiano que
pateó el hormiguero es un forúnculo molesto para propios y extraños, sobre todo
cuando justo ahí da el sol. La triangulación silenciadora-represiva orquestada
por Londres-Estocolmo-Washington hace agua por la irrupción de un colado.
Rafael Correa se transformó en el alma de la fiesta, y no conforme con
incomodar a los anfitriones, hizo entrar a sus bullangueros vecinos y encendió
las luces sobre el Pato de la Boda. Un
desquicio, todo patas arriba. Mientras la SIP, ADEPA y sus medios asociados (los
mismos que fueron los primeros beneficiarios de las infidencias de Wikileaks)
callan frente al evidente ataque a la libre circulación de la información, los
campeones mundiales de la “libre expresión”, de “las libertades” y de “la
democracia” son amenazados con ser obligados a ceder su cetro a los molestos
gobiernos populistas sudamericanos. La transparencia está bien, cavilan, pero
tanta termina por resultar molesta.
En Clarín, un azorado
Gustavo Sierra titula “Assange, atrapado entre la venganza y el populismo” para intentar sensibilizarnos sobre la posición norteamericana: “Los Wikileaks fueron un duro golpe al
sistema de poder en Estados Unidos. Ahora se nos hace muy difícil
interrelacionarnos con gente que necesitamos. Saben que sus nombres y acciones
pueden aparecer en cualquier momento en la prensa internacional. Destruyeron
nuestra confianza", dijo a la BBC un ex secretario de Defensa
estadounidense“, comprendamos, los nombres y acciones a los que refiere son
los que inicialmente se trató de ocultar por la prensa hegemónica. A nadie le
gusta que se lo escrache como un especie de mercenario ad-honoren, o espía
amateur, o meros chupaculo del imperio. A Lanata por ejemplo, no le gusta,
tampoco al Joaco, ni a tantos otros.
Sigue el tipo sangrando
por la herida que deja a la vista su miserabilidad: “Fue entonces que apareció "la solución ecuatoriana". Un país
donde las libertades de prensa se encuentran seriamente amenazadas le da asilo
al campeón de las libertades individuales. Una ecuación perfecta para el
populista presidente Rafael Correa: mantiene bien en alto su relato de
enfrentamiento contra "el imperio" y logra una visibilidad
internacional que hasta ahora solo tenía su colega venezolano Hugo Chávez”.
Tomen cuidadosa nota, “el relato”, esa despreciable práctica, es propia de un
presidente democráticamente electo que intentó ser derrocado desde la redacción
de un diario que sigue siendo publicado en Ecuador. Según Sierra, Correa, fiel al uso de “ocultar las
segundas intenciones”, no intenta liberar
a Assange, lo atrapa para robarse la cucarda de libertario.
Y patinan, nuestros
periodistas, en esa mancha de aceite que inundó las rutas de la información.
Assange, a fuerza de develar la trama profunda de intereses, traiciones y alcahueterías
que se sumerge bajo esos icebergs que son las embajadas norteamericanas, no
sólo confronta el lado oscuro del poder real, sino que pone en evidencia la
cobardía de los que desde diarios, revistas, radio y TV transitan cómodos los
pasillos de la representación yanqui y son cómplices de aquellos de los que
nunca hablan.
Las consecuencias en uno y
otro caso son claramente disímiles. El destino de Assange se anuncia parecido
al de Rodolfo Walsh, al de Haroldo Conti o al de cualquiera de estos otros: ser acallado por los largos brazos
justicieros de los ejemplos de la república y de la democracia o de sus
sicarios. En cambio, la vocación de mártir de estos periodistas independientes está
condenada a la frustración. Por más que declamen ominosas persecuciones y
propalen indecibles terrores infringidos por imaginarios fascismos, cada
mañana, tarde y noche los podremos encontrar nuevamente chorreando obscenas
mentiras bajo el rótulo de “primicia”, de “valiente denuncia” o de “informe
exclusivo”.
Y se entierran un poco más
en el barro que fabrican con sus heces. Ellos contribuyeron a visibilizar y
popularizar Wikileaks, pero mostrándonos sólo algunas fotos recortadas. Ahora
resulta que se abrió el plano y aparecen varios robándose los cubiertos de
plata o retirando del guardarropa un abrigo ajeno. Digo, ese saco de
la libertad de expresión que se pusieron se nota a la
legua que les queda demasiado grande.
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2 comentarios:
Bien ahí, Rucio, excelente retrato del horror corporativo que se derrite al sol y chorrea mierdas, un asco bah.
La prepotencia e impunidad del poderoso imperio se encuentra, a veces, con estas hormas para sus zapatos. Los eventuales delitos de un hacker o algún acto de espionaje pueden ser punibles, pero lo que les resulta absolutamente insoportable es QUE SE SEPAN CIERTAS VERDADES.
Cuando los hechos atañen sólo a la esfera personal, divulgarlos es una violación de la intimidad, pero cuando el hacerlos públicos desnuda traiciones, contubernios, negociados e hipocresías, su revelación es algo así como un tiro para el lado de la justicia. Muy bien por el Presidente Correa.
Faltan 103 días para el 7 de diciembre.
Saludos
Tilo, 71 años
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