El
20 de Abril de 2012, en la Asamblea de Madrid, el legislador de UPyD Luis de
Velazco, le recordó a Esperanza Aguirre
(Alcalde PP) que “una sociedad se distingue por la forma en que trata a los más débiles”,
en medio de la crítica a un decreto por el que prohibía prestar asistencia sanitaria pública a los inmigrantes “sin papeles”.
Excelente
parámetro el expuesto para distinguir ideológicamente a los gobiernos, desnudando
una de las actuales contradicciones que enfrentan a la hora de conducir los
destinos de los estados y concebir las relaciones sociales en su seno, promoviendo
su construcción sobre los cimientos de la solidaridad o del individualismo y el
lucro. El mismo parlamentario le expresó a la alcaldesa: “gobernar es optar, liderar y dar explicaciones”.
Las
concepciones que llevan a los gobiernos a optar por una u otra forma de
promover la construcción de vínculos sociales (o de destruirlos) suelen
explicitarse en las Cartas Orgánicas de los partidos políticos pero, sobre todo,
en su iconografía. Es clara la alusión a la unidad clasista de la hoz y el
martillo cruzados presente en los partidos de raigambre marxista, como también
los es la aspiración a la complementariedad de clases presente en el escudo del
peronismo, que no alude a la igualdad liberal, sino a una relación asimétrica
donde el más afortunado se hermana con el más débil.
En
los noventa, uno de los mayores éxitos del neoliberalismo consistió en lograr
que la ola globalizadora unifique discursos, las ideologías como elemento
diferenciador de fueron sustituidas por los eslóganes y, a lo sumo, por
abstractas alusiones a un pasado que no encontraba anclaje en la acción
política actual. Los íconos expresaron la nada misma. Lo sufrieron las
reconvertidas alternativas socialistas europeas y lo sufrió el peronismo acá.
El discurso único condenó al socialismo español a la aplicación de recetas de
rancio corte derechista, diluyendo su personalidad histórica en la misma argamasa
que habitaba desde su nacimiento el postfranquista PP. De manera idéntica que Menem, sin sonrojarse, gobernara
Argentina poniendo en prácticas las propuestas perdidosas de Angeloz. La
democracia, a uno y otro lado del Atlántico, se convertía en un juego de
formalidades cosméticas que a lo sumo podría aspirar a poner gerentes en una
empresa orquestada por poderes invisibles e incuestionables, y por ello, las
diferencias políticas perdían nitidez y
sus discursos se desbarrancaban en el descrédito.
Las
empresas que hacen de la comunicación masiva su sustento, colaboraron con la
crisis de credibilidad repitiendo monocordes la goebbeliana táctica de la simplificación.
Nos recordaron a cada momento que “son todos iguales”, en un tono de ajenidad
crítica que ocultaba la conveniencia propia en tal situación, e instalando un
rasero en el que hundían con alevosía, fundamentalmente, a quien pretendiera
diferenciarse de la decadencia. Así, la consigna simplista “Kirchner = Menem” horadó
las débiles consciencias incapacitadas a discernir más allá de lo que viniera
predigerido y estampado en tamaño tabloide, aniquilando cualquier debate antes
de que despuntara.
Ahora,
el entramado de confusión y de homogenización cede con facilidad ante la
evidencia cruel de la imagen, y sobre todo, cuando una frase simple es capaz de
expresar en toda su magnitud las contradicciones que pretenden ocultarse. POr un lado, las
imágenes de jóvenes de Unidos y Organizados, identificados con sus pecheras,
trabajando para tratar de palear la tragedia de los inundados de La Plata, o en
tareas solidarias a modo de festejo de los 10 años de aquella elección en que
Néstor iniciara su camino a la presidencia (resignificando y revalorizando el
ícono presente en el escudo partidario). Por otro, y contrastando enfáticamente, las obscenas
imágenes de la policía metropolitana (resguardada con chalecos antibalas y
escudos) apaleando y baleando para abrir paso al progreso y la comodidad,
invadiendo los territorios donde los bárbaros pacientes psiquiátricos intentan
reencontrarse consigo mismo y con sus semejantes. Una ideología, un gobierno, también
“se distingue por la forma en que trata a
los más débiles”, sería el simple corolario que nos propone el
parlamentario madrileño.
Y a
“la sociedad”, en el caso, iluminada su razón por las inapelables imágenes (extirpada
la excusa de la inducción mediática y los tergiversados relatos) le corresponde
“optar y dar explicaciones” sobre los
por qué suscribe a una forma u otra de liderazgo.
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