Algunas
veces sucede que las masas de desposeídos logran aunar sus esfuerzos y se
imponen. Menos veces ocurre que el elegido respete el mandato y enderece su
acción de gobierno a satisfacer las necesidades postergadas. Obviamente,
imperando lo que en economía se denomina “el principio de escasez,” darles algo
a los muchos que no tienen nada implica sacárselos a los pocos que tienen todo.
A
nadie le gusta que le saquen lo que, a pesar de que les sobra, considera suyo,
aunque el despojo responda a la necesidad impostergable de reparar una injusticia.
Cuando eso sucede, se sacude el status quo y, necesariamente, hay
confrontación. Y es entonces que los otrora privilegiados argumentan que el
redistribuidor no goza de su anuencia, surgen ideas tales como la legitimidad
segmentada (Lilita dixit, respecto a la primera elección que gana Cristina), se desconocen los ámbitos de debate y
se organiza la resistencia por otros carriles.
Aquí
se presenta el primer dilema: la imagen de un sector privilegiado berreando por
la conservación de sus opulentos patrimonios no amerita ser leit motiv de ninguna pintura con rasgos de trágica lid
liberadora, ni moviliza a ningún poeta con pretensiones de habitar la
posteridad. Naturalmente la defensa de los intereses de los opresores y de los
parásitos no está llamada a inspirar solidaridad en las masas. Incluso el
egoísmo implícito de las capas medias suele resultar refractario al llamado.
Es
entonces el momento de elaborar un sentido épico a la gesta de la reinstalación
de la injusticia, tarea nada fácil que implica un sinnúmero de astutas argucias
y agachadas argumentales que logren que lo que es no parezca ser, y que la
angurria individual se maquille como sentimiento filantrópico y humanista. “No
te llamo a luchar por mi riqueza, sino a clamar por tu libertad”.
Ardua
tarea la de dar vuelta como a una media ciertos significantes ¿cómo se logra
que ese oligarca acostumbrado a mostrarse tirando impúdicamente manteca al
techo en medio de las hambrunas se transforme en un “pobre chacarero”? ¿Cómo hacer
para que aquel cuyo uniforme identifica un pasado genocida o un presente de
gatillo fácil logre encaramarse en las simpatías de los “lagente”? ¿cómo ese
mismo obispo que gusta de señalar a la pareja de divorciados en la misa, que
niega un bautismo por la condición de concubinos de los padres o sobre el que
pesa la sospecha de pedófilo, puede transfigurarse en el símbolo del amor y la
reconciliación? ¿Es conveniente mostrar entre las filas la comandancia ejercida
por el mismo banquero que se sentó sobre ahorros ajenos hace 10 años o es
preferible ungir de autoridad al empresario que por entonces exportó sus
capitales e importó la miseria y la desocupación para sus ex obreros?
Un
ejército de plumas serviles y lenguaraces adeptos se pone en marcha y cantan falsías
como el caburé, desparramando el sortilegio hipnótico de su voz para atraer la
presa desprevenida y devorarle el cerebro. El hechizo reiterativo y monocorde
recorre el universo, infunde dudas e ira, implanta miedos o los destierra a su
antojo, sustituye consignas como “los militares traerán el orden”, por el “campo
es el país” o “yo soy de la mitad que mantiene a la otra mitad” a idénticos
efectos adhesivos de cuestionar el gobierno, socavar su poder, esmerilar su
autoridad. Pero antes, a si, antes construyó para el oprimido y el marginado el
disfraz de peligroso contrincante, y para el desapoderado Estado la ilusión de
omnipresente inquisidor. Nos educan en la tendencia de desconfiar de Robin Hood,
olvidar a Ricardo, simpatizar con los ambiciosos designios del usurpador Sheriff
de Notthingham y aplaudir a sus ávidos recaudadores.
La
alquímica manipulación es capaz de transmutar oro en plomo, pero la ridícula
finalidad es lograda por métodos no menos hilarantes a la luz del raciocinio ¿Predicar
desde las tapas de los diarios la agonía de la libertad de prensa? ¿Qué la hasta
hace poco mayoría en el Congreso
denuncie la inexistencia de división de poderes? ¿Qué quienes incumplen
sistemáticamente las leyes se pretendan fiscales de su aplicación? ¿Qué quienes
la juntan con pala reclamen palas más anchas? ¿Qué los evasores son víctimas? ¿Qué
un argentino denuncie el cepo cambiario desde Harvard? Todo es posible cuando
se dispara la carrera del disloque, el objetivo es que se deje de percibir que
el Estado es algo esencialmente distinto a cualquier corporación que lo
cuestione, que no es una parte del conflicto, sino el ámbito donde se expresan,
sintetizan y resuelven los conflictos, y que el sesgo de esa resolución está
marcado por la impronta ideológica que el pueblo le da a un gobierno a través
de las elecciones. La acción de los caburées no tiene otro sentido que reeditar
el resultado final de las elecciones del 89: el pueblo votó en contra del
programa de gobierno neoliberal explicitado por Angeloz, sólo para que el
ganador gobierne con ese mismo programa de gobierno. La acción de los caburées
no tiene otro sentido que descarnar a la democracia, que devolverla a los
cauces meramente formales de elegir gerentes de la preservación del status quo,
que mantener la inmutabilidad del privilegio, que la restauración de los
poderes reales, que la incuestionabilidad de la injusticia.
“-
Anoche vi cuatro tipos pegándole a otro, y me metí. ¡No sabés la paliza que le
dimos entre los cinco!...”. La acción de los caburées no es sólo la que permite
vivir sin culpas ni contradicciones la inigualable sensación de ponerse del
lado del más fuerte… Asume, además, la función de darle el sentido épico de la
rebeldía.
5 comentarios:
Muy bueno.
Tal cual, Rucio... algo así estaba planeando ayer, lo convido :
http://www.calandolapiedra.com/2012/10/sin-respiro.html
Abrazo
Rucio, por algún motivo cada uno de sus posts se republica varias veces, apareciendo siempre al principio del blogroll. No está bueno para los otros blogs, fíjese si puede arreglar eso.
Eh, lo están caceroleando, Rucio. Me encantó el post, replique tranquilo. Comamo un asado, tomemo un ferné.
Abrazo amigo
Mooy booeno.
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