Miro con preocupación
la paupérrima perfomance mediático-opositora, su deslucido lenguaje lindante a
la chabacanería, sus análisis superfluos carentes de contexto, sus entrevistas
amañadas que suelen ser puestas en evidencia hasta por reporteados insospechados
de algún sesgo K, la puerilidad insustancial de sus denuncias, la recurrente práctica
de sustituir sin previo aviso la información por opinión, la burda tergiversación
de los hechos y el fracaso sistemático de sus pronósticos apocalípticos.
Rodrigo René Cura - |
Sarta
amarillista de ingredientes que devela el carácter faccioso de los emisores, por
más que pretenda cubrírselos con aparentes propósitos periodísticos, disimulárselos
con el “volumen de juego” que representa
la capacidad de auto-replicarse “ad infinitum” y apañárselos bajo el generoso tapiz de la
libertad de expresión.
El imperio
de la manipulación y la tergiversación burda es el nuevo estadio al que ha accedido
la empresa periodística, en ese espiral en que se ha comprometido desde que abandonó
su razón primigenia de ser: la descripción de la actualidad.
La lógica de
la distribución de la información fue vilmente reemplazada por la de la propaganda
mercantil. Los viejos y perfectamente delimitados espacios publicitarios fueron
colonizando las redacciones hasta sus últimos rincones, hoy no se distingue la noticia de la venta de jabón,
ni de la construcción de un artificioso e intencionado malestar social.
Así, los
desprevenidos lectores, radioescuchas, televidentes, cibernautas, adictos a
visitar los tugurios predispuestos a tal fin, caen fácilmente en una ominosa
incapacidad de discernir lo ficto de lo real. Serán proclives a llenar foros
durante semanas con opiniones si es atinado o
no que la presidenta afirme que la diabetes es una enfermedad de ricos,
pero jamás sabrán que lo dijo en el ámbito del lanzamiento de un plan
estratégico de desarrollo científico (hecho inédito en la Argentina),
promocionando un producto autóctono susceptible de ser exportable a los países
ricos (quienes, estadísticamente, más sufren la enfermedad). Serán capaces de digerir que declarar la
utilidad pública y garantizar la distribución igualitaria del papel de diario,
no es una medida destinada a satisfacer las necesidades de miles de pequeños
medios de prensa, sino una triquiñuela autoritaria destinada a acallar la libre
expresión de los apropiadores de Papel Prensa durante la Dictadura. Pondrán sus
desvelos en demostrar que es más importante la certeza axiomática de que “TN
puede desaparecer”, a desmonopolizar el espacio audiovisual de modo que se
garantice la multiplicidad de voces a las que se puede tener acceso. Se
doctorarán en la inaccequible ciencia de argumentar con idéntica solidez que la
justicia es corrupta y dependiente del poder político, y en contra que se
inicien “arremetidas” contra un poder “supra-legislativo” que no se cansa de
emitir fallos que obstaculizan la acción de Gobierno, en desmedro de la
República y violentando los más elementales principios del Derecho. Criticarán
enfáticamente las políticas energéticas cuando lleguen a la estación de
servicio carente de gasoil y naftas baratas, pero seguirán creyendo, pese a
acceder a llenar el tanque, que el nefasto acto de piratería que privó a Repsol
de sus acciones en YPF (y a Bonelli de jugosos ingresos) nos aislará aún más
del mundo. Serán capaces de envolverse en el pabellón británico para festejar
el resultado del plebiscito kelper, si eso
obstaculiza el intento kirchnerista
de devolver las Malvinas a la Nación, e incluso poner la foto del Juez
Griessa en el santuario familiar, si su fallo garantiza que no se podrá seguir
de financiando vagos que se reproducen para cobrar la asignación universal por
hijo vacunado, escolarizado y con netbook.
En síntesis,
los sujetos sometidos al tratamiento domesticador multimediático faccioso,
perderán toda aptitud de diferenciar cualitativamente a “El Gobierno” (cualquiera,
según las circunstancias) de la banda del Gordo Valor.
“El público”
parece dispuesto a emprender un sucesivo, lento pero constante éxodo de esos cotos de caza que se denominan “audiencia
cautiva”. Circunstancia no solo demostrable por la caída de ventas constantes
de los diarios impresos y por la escasez
de puntos de rating atribuidas a los productos cuasi-periodísticos que
representan las “naves insignias” de las armadas multimediáticas, sino también por
las veladas confesiones de los propios interesados expresadas en recurrentes pataleos
histéricos por la pérdida de anunciantes y en bartoleras atribuciones de la culpa
de su desgracia.
La comodidad
que implicaba la confianza en una línea editorial para lograr formarse un cuadro
serio del estado de cosas, hubo de ser reemplazada por la búsqueda de una
verdad por decantación y promedio, abocándonos a la ímproba tarea de cotejar
distintas fuentes y opiniones y escudriñar en el pasado histórico en la
búsqueda de razones y consecuencias. ¿Qué sentido tiene entonces la tarea periodística,
si obliga a los destinatarios que se pretenden acólitos de la objetividad a
insumir su tiempo en una tarea propia de aquella profesión?
El camino
del replanteo de sus políticas comunicacionales, la autocrítica edificante, la revalorización
de la ética, no parecen alternativas válidas para superar la esperable consecuencia
de pérdida de credibilidad por elegir fogonear el resentimiento de grupúsculos,
agitar resabios de gorilidad cerril, y amparar intereses inconfesables de corporaciones
que solventan su existir, en vez de ejercer el sano oficio de informar y opinar,
lo que quieran, pero “a cara descubierta”. Antes que ello les es preferible la victimización,
cual jugador mañoso que, para eludir la amonestación, finge una lesión producido
por el “choque” con el rival al que le propinara una artera patada desde atrás.
1 comentario:
"lagente" tiene el periodismo que se merece, qué quiere que le diga...
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