Un cazador se interna en el bosque para capturar a una
criatura única que se decía asolaba la región: el fabuloso oso rojo. Luego de
varios días de caminar, logra divisar la figura de la bestia, apunta y dispara.
Percibe a la distancia que el oso rojo cae. Se acerca al lugar sin hallar el
cadáver, pero, para su sorpresa, aparece desde atrás y lo sodomiza
salvajemente.
El infeliz suceso no hace perder el objetivo al cazador. Un
año más tarde regresa, mejor pertrechado y con ánimo de venganza. Al encontrarse
los protagonistas de la historia, los hechos se repiten hasta el mínimo
detalle.
Herido en su orgullo y henchido de odio, retorna el año
entrante a la cabeza de un espectacular zafari. A pesar del impar despliegue de
medios y personal, la empresa fracasa nuevamente, sufriendo el cazador una
doble humillación: la del fracaso y la de ser vejado enconadamente por el
plantígrado.
Año a año se repite la escena, solo se modifica el entorno:
cada intento es rodeado de una mayor campaña de desprestigio al oso y cada vez
es mayor el operativo montado alrededor de la aventura signada por la
inutilidad del ataque y la dolorosa dureza de la réplica.
Tras más de una docena de intentos fallidos, corrió el rumor
de la muerte invicta del oso rojo. El cazador vuelve al sitio donde tantas
veces había sufrido el dolor de los encuentros anteriores, munido de un arsenal
desmesurado, por si acaso. Perplejo se encontró con que el lugar estaba ocupado
por una multitud de ositos rojos esperándolo. Descargó contra ellos todo su arsenal
y, convencido de la definitiva extinción de la raza, se arrimó feliz al centro
de la escena. En medio de la marabunta, se dice que las últimas palabras que
escuchó fueron ¿será que viene a cazar o tanto le gusta que le den matraca?
Fábula política venezolana (variante de cuento verde), con moraleja:
“Si tanto recibes la matraca
con la que te surte el oso,
más que perdedor digno
te creerán un gran goloso.”
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