jueves, 11 de abril de 2013

Los brujos piensan en volver.




A mediados  del próximo mes, se cumplen 30 años del último gran acto de encubrimiento mediático a crímenes de la dictadura. El secuestro, tortura y asesinato de Osvaldo Cambiasso y Eduardo Pereyra Rossi son informados por Clarín bajo la eufemística e interesada forma de  las consecuencias de un “enfrentamiento” de dos subversivos montoneros con fuerzas policiales (capitaneadas por Luis Abelardo Patti). Años de estigmatización lograban que la noticia fuera fácilmente digerida, aceptada y justificada por  “la gente”, en los términos que había sido expresada, sin cuestionamientos ni interrogantes.
 



Desde 1975 se venían reproduciendo en los diarios, acríticamente, comunicados que ocultaban fusilamientos y ejecuciones sumarias, bajo la forma de “enfrentamientos”, extraños enfrentamientos donde las bajas pertenecían siempre al mismo lado de la contienda.


Por parte de las empresas periodísticas, se esgrime como flaco argumento absolutorio, una especie de “obediencia debida” a los partes de guerra oficiales, una especie de miopía inducida por el clima general del país. Hasta sonaría razonable si no ilustrarían las crónicas de época tantas fotos que muestran sonrientes a los herederos de Mitre  y a Ernestina Herrera, compartiendo actos con altos uniformados donde se los premia con beneficios suculentos en desmedro de las arcas del Estado.


Los falsos “enfrentamientos” contribuyeron para crear el clima pre-golpista, para justificar la represión, para disimular el genocidio. 


Ahora, como antes, donde cualquier ojo puede ver  la agresión de una patota a un grupo de jóvenes limpiando una escuela, Clarín y La Nación distribuyen la versión del “enfrentamiento a palos” por la disputa de elementos para ser distribuidos como ayuda social. Más allá de las distintas consecuencias, gravedad y connotaciones, para esos mismos medios, la Masacre de Ezeiza, también fue un “enfrentamiento”.


Si se tratara de un hecho aislado, no escribiría este post, pero no puedo dejar de asociar la cobertura de ese acontecimiento, con la forma sesgada en que se relató la violenta irrupción del PO en Plaza de Mayo el pasado 24, ni tampoco puedo deslindarlo de la absurda (y elaborada) acusación  de tenencia de armas por parte de la Cámpora, lanzada hace tiempo por Carrio, reeditada por el otro inimputable de Castells y difundida concienzudamente hasta el hartazgo por los medios hegemónicos. 


La estigmatización de sectores, políticos o no, en la historia siempre fue el preludio de su exterminio,  o al menos reflejó un manifiesto  pero impotente deseo en ese sentido sublimado en una intención socialmente disciplinadora (el supuesto enfrentamiento donde fueron asesinados Cambiasso y Pereira Rossi, fue vendido como un síntoma de “rebrote subversivo” que pretendió condicionar la salida democrática). 


En el 2002, la masiva movilización piquetera que se organizaba para el 26/6, fue antecedida por una fuerte campaña mediática de estigmatización del reclamo y de los reclamantes. Recuerdo vívidamente haber visto pasearse por los canales de TV a un ex comisario explicando el uso de las “tumberas” piqueteras, especie de escopeta casera con la que se decía estarían armados. De antemano, se fue entrenando las mentes a la fácil aceptación del futuro “enfrentamiento” y para la digestión del título de tapa “la crisis causó dos nuevas muertes” con la que se pensaba cerrar el episodio represivo, en una armoniosa maniobra de pinzas articulada (otra vez) entre dos manifestaciones del poder  (el político policial y el económico mediático). 



Por supuesto que soy consciente de las diferentes consecuencias que arrojaron los hechos que menciono. Las consecuencias luctuosas de unos los diferencian de manera dramática, en razón del mecanismo de ejecución de la punición al estigmatizado, con una apaleadura a los compañeros de la Cámpora, así como con la agresión a un “periodista militante” que cubre una caceroleada, o con una puteada en Buquebus a un funcionario joven, camporista, “judio y oriundo del marxismo”, o con el mero “amedrentamiento” al que, según un fiscal Blanc, fueron sometidos agentes de la AFIP. Pero cuando ponemos la lupa sobre el mecanismo mediático de provocación de reacción social respecto a los acontecimientos, las distancias se acortan y el peligro de banalización de la tragedia se diluye: el justificativo universal del “algo habrá hecho” se perfila con nitidez, pero esta vez no hay dictadura ni partes de guerra tras los que ocultar la intencionalidad propia.



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